Por: Ítalo Urdaneta
Orlando Figuera ya no está con nosotros. Su cuerpo partió al sepulcro, luego de haber sucumbido ante el inmenso dolor y las consecuencias que le depararon el vil atentado que le ocasionaron un grupo de terroristas que actuaron de manera inmisericorde al servicio de la ultraderecha venezolana.
Sabemos de hecho Orlando, que la idea al agredirte -de la manera que lo hicieron- era crear pánico, terror, como en efecto lo lograron, entre los venezolanos. Por ello, así como así, sin el más mínimo respeto a la vida, decidieron prenderte fuego, te incendiaron, solo porque te consideraron alguien vinculado a la revolución.
Ciertamente Orlando, sin conocerte, pero angustiado y adolorido por lo que te hicieron, hoy me atrevo a convocarte para que escuches mis lamentos y mis quejas ante tan dantesco hecho, que ha trastocado las fibras más profundas de todos aquellos que nos identificamos con el humanismo y con la paz en nuestra sociedad.
Si Orlando, nunca jamás llegamos a imaginar los venezolanos de esta época que íbamos a ser testigos, además in situ, de un hecho dantesco, recriminatorio, inhumano y fuera de todo sentido común.
Tristemente la realidad nos indica que lo que hicieron contigo solo buscaba satisfacer los odios y las rabias, además de las apetencias personales, de la ultraderecha venezolana.
Lo peor de todo es que el país lo pudo presenciar, sin estar en sus planes, en vivo y en directo también por TV. Además con lujos de detalles. Fue algo horrible, alarmante, aterrador el haberte visto correr y correr tratando de apagar el fuego que consumía tu frágil cuerpo.
Las manos criminales, ya hoy es un hecho, apagaron tus sueños Orlando. No sabemos ahora que irá pasar con tu hermosa hija, esa niña a quien aludías mientras te quejabas y te mantenías grave en el hospital. Por suerte ella cuenta con unos abuelos guerreros y resteados, a pesar que hoy están destrozados.
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