Por: Freddy Elías Kamel Eljuri
Es un error del gobierno que estando asediado por constantes bombardeos
desestabilizadores, no quiere entender que pierde tiempo denunciando una
hipotética invasión extranjera. Y peca de imprudente, porque conociendo
la superioridad militar de EEUU, nos cuesta creer que alguien en su
sano juicio case pelea entre un boxeador peso pluma contra un peso
pesado como el inglés Tyson Fury? De manera que a todas luces resulta
necio que alguien se ponga a majadear tocando los tambores de la guerra,
a sabiendas que en la institución castrense no exista el más mínimo
interés de exponer el pellejo en una causa perdida.
Aclaramos que en ningún momento nadie discute que nuestra FANB sean
disciplinadas y patriotas a carta cabal. Pero tampoco es menos cierto
que fue en la Escuela Militar que sus integrantes aprendieron a no ser
suicidas como kamikazes, y menos correr los riesgos por culpa de una
clase política que fue incapaz de administrar un ciclo histórico que
había prometido sacarnos la pata del barro.
Veamos en el espejo de la historia algunos casos que puedan ilustrarnos
al respecto. Por ejemplo, el 12 de septiembre de 1899, Cipriano Castro
llego a Tocuyito con 1.600 soldados y 400 oficiales para enfrentarse a
un ejercicito superior en contingentes y pertrechos, pero que a su vez
tenia plomo en las alas por las desavenencias entre el Ministro de
Guerra y Marina, general Diego Bautista Ferrer y el general Antonio
Fernández. Esos enfrentamientos entre los liberales amarrillo, en
definitivas contribuyeron al éxito de Castro y Juan Vicente Gómez con su
llamada Revolución Liberal restauradora. Fue así, como transcurrida
apenas una semana del cruento combate en el Tocuyito, que los generales
decidieron aventar al destierro a Ignacio Andrade por considerarlo "la
causa de la guerra".
Años más tarde se repetiría otra desagradable escena en nuestra
accidentada historia republicana. Un triunvirato de Tenientes-Coroneles
por impericia política, se dejó calentar la oreja por una pandilla de
demagogos de oficio que encabezaba Rómulo Betancourt. Pero bastaron tres
años de sectarismo y corrupción adeca, para que muy pronto esos mismos
oficiales rectificaran, y a la final Rómulo Gallegos pagara los platos
rotos del betancurismo.
Por ello deberíamos tener mucho cuidado cuando nos referimos a la
lealtad de los militares, porque una cosa es ser disciplinados y
apegados al texto constitucional; y otra pintarse pajaritos en el aire
creyendo que nuestra oficialidad esté dispuesta a inmolarse en una
absurda pelea de burro contra tigre. Cualquier parecido con la realidad
es pura coincidencia.
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