Por Earle Herrera
Quienes militamos en organizaciones de izquierda en las que se
entregaba todo y no se buscaba nada material o personal, de ninguna
manera nos resulta extraño el momento difícil por el que atraviesa la
revolución. De allí venimos, y de circunstancias peores. En cambio,
aquellos que conocieron el socialismo o se le acercaron con un barril de
petróleo por sobre los 130 dólares, se declaran confundidos, entre
otros súbitos estados del alma.
Hay quienes practicaron el izquierdismo furibundo en la universidad.
Muy pronto se postraron con el primer sueldo y de allí redujeron su
existencia a carguitos directivos, puestos de tercera en embajadas e
hicieron de la adulancia a sus otrora “enemigos” un método y del
rastracuerismo un oficio. Otros que practicaron el turismo-leninismo con
el oro de Moscú y después con el de los chinos, descubrieron a Stalin y
a la Pandilla de los Cuatro cuando les quitaron el boarding pass.
La revolución bolivariana, más allá de su contenido profundo, tuvo el
metálico atractivo de unos altos ingresos petroleros. En 17 años, hubo
gente que se acostumbró al cargo y se mimetizó con el mismo. Otros
llegaron a considerarse “imprescindibles”. A algunos se les metió en la
sesera que eran “históricos” y, como todo lo que pasa a la historia,
inamovibles. Y estaban también los que descubren los “defectos” del
líder y el proceso cuando los apartan del cargo. Entonces se vuelven
“críticos” y hasta algo que da más bomba: “disidentes”. Uf.
El socialismo bolivariano cruza terrenos escarpados. Vienen tiempos
más difíciles. Es hora de los que aportan y se entregan a una causa, no
de los que buscan. Muchos de estos, arquitectos y grandes responsables
de esta crisis, le critican a Maduro lo que es obra de ellos. Otros, los
socialistas de barril a 130 dólares, se lanzan del barco y buscan la
balsa de la MUD o cualquier tabla opositora. Nada nuevo bajo el sol del
oportunismo y la doblez.
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