David Brooks
El
libre comercio es un concepto casi sagrado en la cúpula económica y
política de Estados Unidos, parte de un consenso que ha logrado imponer
la tesis de que la libertad se define por el libre mercado/libre
comercio. Es el pilar del modelo neoliberal que ha imperado durante las
últimas tres décadas, pero ahora ese consenso dentro de Estados Unidos
se está derrumbando; algo que podría tener serias implicaciones para los
socios de este país, incluido Mexico.
Y eso, alertan algunos, podría marcar el fin del consenso neoliberal en Estados Unidos.
Nunca
antes los candidatos presidenciales de ambos partidos nacionales han
cuestionado el libre comercio y expresado su oposición a los tratados
comerciales tanto los que están en negociación como los existentes,
entre ellos el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
En
cada uno de sus discursos, casi sin excepción, el candidato
presidencial republicano Donald Trump ha destacado su crítica contra el
TLCAN y demás acuerdos, y ha prometido que si es electo los renegociará y
si no se aceptan sus propuestas Estados Unidos se retirará del TLCAN,
entre otros. A menudo este punto se pierde entre los exabruptos y las
posiciones extremistas antimigrante y antimusulmán, pero ha sido
fundamental desde que arrancó su campaña presidencial hace un año y
explica en gran medida el apoyo que ha recibido de varios sectores, como
el de trabajadores blancos en zonas industriales y pequeños
comerciantes y otros empresarios que han sido directa y adversamente
afectados por los tratados de libre comercio.
Hillary
Clinton, la candidata presidencial demócrata, quien hasta hace unos
momentos era una gran campeona y promotora del libre comercio –su esposo
Bill fue quien promulgó en ley el TLCAN y como secretaria de Estado de
Barack Obama dedicó parte de su tiempo a promover los acuerdos ahora en
negociación (el Transpacífico o TPP y otro con Europa)–, se ha visto
obligada a pronunciarse en contra del TPP y resaltó como las promesas
del TLCAN no se han cumplido.
Este
giro se debe en gran parte a la competencia con Trump por el voto en
zonas industriales, y, por otro lado, al reto desde su flanco izquierdo,
hasta hace poco representado por Bernie Sanders, pero que sigue
presente por sus millones de votantes.
Vale
repetir que a pesar de la constantemente comentada división y
polarización política en este país y en Washington, las cúpulas de ambos
partidos siempre lograron unirse para defender el libre comercio. De
hecho, la gran prioridad del presidente Obama en sus últimos meses en la
Casa Blanca es lograr la aprobación del ATP, y todos saben que la única
manera que el mandatario demócrata puede lograr esto es con el voto de
la mayoría de los legisladores republicanos (el presidente no cuenta con
la mayoría del voto de su propio partido). Así, como si fuera un
milagro, de repente el presidente y sus supuestos opositores
republicanos pueden trabajar conjuntamente para promover el libre
comercio, ovacionados por la Cámara de Comercio de Estados Unidos, Wall
Street, y otras partes de la cúpula económica del país.
Mientras
la cúpula económica y política ha impuesto su consenso, nunca ha
contado con el apoyo de la opinión publica (esto a pesar de décadas de
invertir millones para convencer al pueblo de que el libre comercio es
para su bien). Hace unos meses Bloomberg Politics reportó que la
oposición al libre comercio es un concepto unificador aun entre un
electorado profundamente dividido, con más de dos tercios favorables a
imponer mayores restricciones sobre bienes importados, algo que
consideró un rechazo asombroso de lo que ha sido una piedra angular de
las políticas económicas y exteriores de posguerra.
La
oposición popular al libre comercio no se ha superado en los últimos 30
años y tiene sus expresiones en ambos partidos, tanto entre filas
ultraconservadoras como en las liberales y progresistas. El gran debate
popular que se detonó en los países de America del Norte sobre el TLCAN a
principios de los 90 alimentó lo que sería una rebelión trasnacional
contra el libre comercio, y a fin de cuentas del propio modelo
neoliberal que sigue resonando en amplios sectores de este país.
Como
han repetido sus críticos más agudos, el libre comercio tiene poco que
ver con libertad o comercio. Lora Wallach, directora del proyecto sobre
comercio global de Public Citizen, ha insistido durante décadas que
estos acuerdos son más bien convenios que establecen una serie de
derechos supranacionales para las empresas y el capital trasnacional.
Noam Chomsky ha reiterado que los llamados acuerdos de libre comercio no
son acuerdos de libre comercio; son acuerdos de derechos de
inversionistas.
Algunos creen que este desmoronamiento del consenso sobre el libre comercio más bien marca el fin del neoliberalismo.
El
economista premio Nobel Joseph Stiglitz se atrevió a comentar la semana
pasada que el neoliberalismo ha muerto tanto en los países en
desarrollo como en los desarrollados. En comentarios a Business Insider,
afirmó: “hemos pasado de una euforia neoliberal de que ‘los mercados
funcionan bien casi todo el tiempo’ y que sólo necesitábamos que los
gobiernos siguieran este curso, a ‘los mercados no funcionan; y el
debate ahora es cómo lograr que los gobiernos funcionen para aliviar
eso”.
Stiglitz,
y por separado, varios economistas reconocidos, y más
sorprendentemente, analistas en instituciones como el Fondo Monetario
Internacional, han expresado que la generación de la desigualdad
económica tan marcada como resultado de este modelo neoliberal pone en
riesgo a las economías.
Aparentemente, tanta libertad de mercado y comercio resulta en grandes injusticias económicas (¡qué sorpresa!)
Tal
vez el fin de este tipo de libertad definida por el libre comercio/el
libre mercado abra una posibilidad de una libertad definida ya no por el
consenso entre unos pocos, sino por casi todos.
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