Vicenç Navarro
Sin
lugar a dudas, EEUU está viviendo una situación política de enorme
importancia, que puede llegar a afectar no solo a aquel país, sino
también a todo el mundo, como consecuencia de la centralidad que el
gobierno del Estado federal de EEUU tiene en el orden (mejor dicho,
desorden) internacional. La novedad en esta situación es la existencia
de un candidato a la presidencia del gobierno federal (el candidato
republicano, el Sr. Donald Trump) que ha sorprendido a la estructura de
poder político de EEUU y de sus aliados, por representar una
sensibilidad política que tal establishment percibe como amenazante.
Es
interesante señalar que hay elementos comunes y semejanzas históricas
entre lo que pasó en Europa en los años treinta, con el surgimiento del
nazismo y del fascismo en este continente, y lo que pasa ahora en EEUU.
Ni que decir tiene que la historia nunca se repite miméticamente. Nunca
lo ocurrido en el pasado se reproduce ahora en el presente de una forma
idéntica. Pero tal observación no niega la posibilidad de que existan
elementos parecidos y situaciones en común entre los años 30 en Europa y
ahora en EEUU. Veamos los datos.
Qué pasa hoy en EEUU
En
la manera como los medios de información presentan la situación
política en aquel país, los candidatos aparecen en el centro de la
atención mediática, tanto en las primarias de cada partido (el Demócrata
y el Republicano), como ahora en la carrera hacia la presidencia de
EEUU entre el candidato republicano Donald Trump y la candidata
demócrata Hillary Clinton. De esta manera, la gran atención mediática se
ha dirigido hacia las características personales de Donald Trump y de
Hillary Clinton. Y el que, con mucho, ha atraído mayor atención
mediática ha sido el primero, Donald Trump, al que se presenta como un
político atípico que rompe con todos los moldes del comportamiento
convencional, que le convierte en una personalidad sumamente mediática y
teatral, que confronta y ridiculiza la cultura de lo “políticamente
correcto”, mostrando su desprecio hacia las minorías y hacia las
mujeres, a los que presenta como los máximos beneficiarios de la
política social federal destinada a corregir la discriminación de raza y
de género existente en aquel país. Sus conferencias de prensa se
convierten en shows teatrales en los que el candidato Trump, en un tono
provocador y muy desafiante, se presenta como el defensor de la clase
trabajadora blanca en contra del establishment político y mediático del
país. La enorme atención mediática hacia este candidato refleja el
interés hacia una figura fuera de lo común que clara y abiertamente se
presenta como antiestablishment. Como bien dijo un dirigente de la mayor
cadena televisiva de EEUU, CBS, “Trump puede que sea un desastre para
EEUU, pero ha sido excelente para la industria televisiva”. En realidad,
por paradójico que parezca, Trump ha sido claramente promovido por las
mayores compañías de televisión de EEUU. ¿Por qué? Usted, lector, no
podrá entender esta paradoja leyendo la prensa, oyendo los medios
radiofónicos o viendo la televisión del país, que se centran en las
personalidades.
¿Por qué la aparición de Donald Trump y su éxito?
Los
medios no dan respuesta a esta pregunta clave. Para responderla se
necesita analizar la situación social y económica de EEUU y el gran
deterioro del bienestar y calidad de vida de la clase trabajadora de
este país, causado predominantemente por las políticas públicas llevadas
a cabo por el gobierno federal de EEUU, tanto su rama ejecutiva
(incluyendo todos los gobiernos desde los años ochenta) como su rama
legislativa (la Cámara de Representantes y el Senado, ambos controlados
antes por el Partido Demócrata y más tarde por el Partido Republicano).
Un punto en común en todas estas políticas ha sido el inspirarse en la
doctrina neoliberal, iniciada por el Sr. Ronald Reagan (y por la Sra.
Margaret Thatcher en el Reino Unido) y seguida por todos los otros
presidentes desde entonces: Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama.
El
punto esencial de tal doctrina neoliberal ha sido el de liberalizar la
economía, lo que quiere decir favorecer la movilidad de capitales e
inversiones a nivel mundial, eliminando cualquier tipo de freno o
regulación que pueda entenderse como proteccionista, es decir, que
obstaculice dicha movilidad. Como ya he indicado en varias ocasiones,
tal movilidad favorece al mundo de las grandes empresas a costa de las
pequeñas y medianas empresas y también a costa de la gran mayoría de la
clase trabajadora, la cual, al desplazarse sus puestos de trabajo a
otros países con salarios más bajos, se queda sin trabajo. La evidencia
de que el impacto de los llamados tratados de libre comercio ha sido
sumamente negativo para el bienestar de la clase trabajadora es enorme.
Desde que el presidente Clinton firmó el tratado de libre comercio en
1994 entre EEUU, Canadá y México (NAFTA por sus siglas en inglés),
quince fábricas por día han dejado EEUU en busca de países con salarios
más bajos y con menor protección social. Como consecuencia, seis
millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero han
desaparecido. Un ejemplo entre miles es United Technologies Corporation
(UTC), en Indiana, que pagaba a sus trabajadores 20 dólares por hora. En
México, pagaba solo 3 dólares. UTC despidió en Indiana a más de mil
trabajadores y se desplazó a México. Y así miles de fábricas,
primordialmente del sector manufacturero, que era el centro de la clase
trabajadora bien pagada. Hay que aclarar que UTC, cuando decidió
desplazarse a México, no tenía pérdidas. Todo lo contrario, tenía unos
beneficios considerables. Pero la dirección de la empresa consideró que
los beneficios serían incluso más elevados en caso de situarse en
México. En realidad, tal desplazamiento de puestos de trabajo ha sido la
mayor causa de destrucción de empleo en los Estados industriales de
EEUU (mucho mayor que la creada por la revolución digital o robótica).
En Estados como Ohio, Michigan, Pensilvania y otros, el porcentaje de la
población trabajadora en los sectores manufactureros ha descendido
desde la aprobación del NAFTA de una manera muy notable (en Ohio,
300.000 puestos de trabajo en la manufactura, pasando de representar
tales puestos un 24% a solo un 15%; un tanto semejante en Michigan,
donde pasaron del 24% a un 16%; y así en otros Estados industriales).
El gran coste de los tratados de libre comercio para la clase trabajadora
Esta
movilidad de empresas facilitada por los tratados de libre comercio ha
sido devastadora para los trabajadores de la manufactura (que estaban
entre los mejor pagados en EEUU). Zonas enteras de este país han pasado
de estar en una buena situación económica a una situación desastrosa. Y
la calidad de vida de grandes sectores de la clase trabajadora
manufacturera ha sido afectada muy negativamente. En realidad, la
esperanza de vida de la clase trabajadora blanca (años de vida que una
persona vivirá como promedio) se ha reducido durante estos años de
neoliberalismo.
Y
de ahí el enorme enfado de esta clase trabajadora de EEUU con el
establishment político, y muy en especial contra el establishment
federal, al cual se le percibe correctamente como el instrumento de la
clase corporativa (los directivos, propietarios y gestores de las
grandes corporaciones o empresas que se desplazan a otros países), que
se ha beneficiado enormemente de la globalización de sus empresas a
costa del bienestar de sus trabajadores en EEUU.
Por
cierto, estas inversiones en países con salarios bajos tampoco
benefician a los trabajadores de los países “pobres” receptores de tales
industrias, pues aun cuando es cierto que tales inversiones crean
puestos de trabajo, también hay que darse cuenta de que destruyen muchos
más puestos de trabajo en las empresas medianas y pequeñas locales, que
no pueden competir con las grandes empresas procedentes de los países
“ricos”, pues las leyes de libre comercio siempre favorecen a estas
últimas sobre las locales, a las cuales se fuerza a abandonar cualquier
tipo de proteccionismo, sin el cual tales industrias locales no pueden
surgir. Hay que recordar, por cierto, que todos los países hoy
desarrollados fueron proteccionistas a fin de permitir su desarrollo
económico. Y que incluso hoy tales países “ricos” son altamente
proteccionistas. La incorporación de los países subdesarrollados en
tales tratados de libre comercio, imponiéndoles la eliminación de
medidas proteccionistas, los condena al subdesarrollo.
Era predecible que Trump ganara las primarias del Partido Republicano (y podría ganar las elecciones a la presidencia de EEUU)
Es
en este contexto que se entiende el éxito electoral del candidato
Trump. Durante las primarias del Partido Republicano, tal candidato fue
el único que exigió la eliminación de los tratados de libre comercio
(desde el NAFTA hasta el nuevo tratado de EEUU con los países del
Pacífico), utilizando una narrativa antiestablishment (acusando al
gobierno federal de facilitar tales tratados) que lo ha hecho sumamente
atractivo para la clase trabajadora estadounidense. Su postura
antiestablishment incluye también una crítica a otra dimensión del
gobierno federal, al cual acusa de favorecer en sus políticas públicas
sociales a las minorías (negros y latinos) y a las mujeres a través de
sus políticas antidiscriminatorias, que se financian -según él- con los
impuestos aportados por la clase trabajadora blanca. Para entender la
capacidad movilizadora entre la clase trabajadora blanca de esta
crítica, hay que ser consciente de que el sistema fiscal estadounidense
tiene muy escasa capacidad redistributiva vertical (de las rentas
superiores a las rentas inferiores). De ahí que sea percibido por las
clases populares como redistributivo de tipo horizontal (por ejemplo, de
la clase trabajadora blanca a la negra). Los beneficios sociales
públicos en EEUU no son universales (es decir, que todo ciudadano o
residente tiene derecho a ellos), sino que dependen del nivel de renta,
convirtiéndose en programas de tipo asistencial para los pobres,
humildes y necesitados (entre los cuales, la población negra y latina
está sobrerrepresentada). De ahí que el Estado sea percibido como un
Estado asistencial para con los negros (a los que se presume pobres),
con programas financiados por los blancos. Y en esta percepción el
Partido Demócrata es considerado como favorecedor de esta política
social de tipo asistencial, no universal, orientada a facilitar la
integración de las minorías y de las mujeres dentro del orden
establecido, sin cuestionarlo. Y es ahí donde el lenguaje y la narrativa
de Donald Trump, claramente anti políticamente correcto, empleados en
un tono provocativo, se convierten en un elemento movilizador por sus
características antiestablishment. Ni que decir tiene que este argumento
se basa en muchos errores de percepción, tales como asumir que la
mayoría de pobres en EEUU sean negros o mujeres, lo cual no es cierto.
En realidad, la mayoría de pobres son blancos y hombres.
Los paralelismos entre el EEUU de hoy y la Europa de los años treinta
Para
los que vivimos -como fue mi caso- nuestra juventud en dictaduras
fascistas, como la liderada por el general Franco en España, nos es
fácil detectar a un fascista cuando lo vemos. Pues bien, Donald Trump
tiene características muy semejantes a las del fascismo europeo: un
nacionalismo extremo de carácter racista y machista, que asigna al país
una superioridad moral, profundamente autoritario, caudillista y
antidemocrático, que alega representar al trabajador sin voz, explotado
por el establishment político del país. Y su aparición como fenómeno
político responde a una situación de gran cuestionamiento de la
legitimidad de dicho establishment. Y es este, precisamente, el punto en
común con lo que ocurrió en los años treinta en Europa.
El
surgimiento del nazismo y del fascismo fue una consecuencia de la Gran
Depresión. El enorme rechazo hacia el sistema capitalista por parte del
mundo obrero hizo surgir movimientos contestatarios, bien de
sensibilidad socialista, bien de sensibilidad comunista, que amenazaron
las estructuras del poder económico y financiero de Europa. Fue en este
contexto que apareció el movimiento nazi y fascista, con la intención de
destruir y substituir a tales movimientos contestatarios. Y para ello
utilizó lenguajes, discursos y símbolos próximos a aquellos partidos.
Hay que recordar que el nazismo se autodefinió como nacionalsocialismo,
utilizando argumentos que estaban enraizados en el ideario del
movimiento obrero. En España, por ejemplo, los colores del partido
fascista eran los colores del movimiento anarcosindicalista.
Hoy,
la enorme crisis social, causada por la imposición de políticas
públicas neoliberales que han afectado muy negativamente al estándar de
vida de la clase trabajadora, ha generado un sector profundamente
antiestablishment que han canalizado Trump y el candidato demócrata
Bernie Sanders, los únicos candidatos que hablan de y a la clase
trabajadora. La gran diferencia entre los dos es que mientras los
grandes medios han dado gran visibilidad a Trump (que nunca ha
cuestionado a la clase capitalista, proponiendo políticas tributarias
claramente favorables a estas rentas superiores derivadas del capital),
han silenciado a Bernie Sanders, pues su mensaje socialista entraba en
claro conflicto con dicha clase capitalista. En realidad, canalizar el
enfado a través de Trump era un objetivo de los medios de información,
en lugar de que se hiciera a través de Sanders.
Ni
que decir tiene que la clase capitalista (conocida en EEUU como la
clase corporativa -the Corporate Class-) prefiere a una persona del
mismo establishment, como la Sra. Clinton, que al candidato Trump, en
parte debido a la imprevisibilidad de este último. Pero en este
escenario el mayor “enemigo” es Sanders, al cual había que parar por
todos los medios.
¿Podrá el Partido Demócrata ganar las elecciones presidenciales?
La
otra gran sorpresa del año político (mayor que la del surgimiento de
Trump) fue la candidatura de Bernie Sanders, un personaje independiente
que decidió presentarse a las primarias del Partido Demócrata,
consiguiendo ganar las primarias de aquel partido en 22 Estados (de un
total de 50), recibiendo casi la mitad de todos los delegados elegidos
durante las primarias del Partido Demócrata. La novedad de Sanders era
que ha sido siempre un socialista, presentándose como tal desde el
principio, sin ningún rubor o actitud defensiva. Y en el Senado ha sido
la voz más potente en defensa de la clase trabajadora y otros
componentes de las clases populares. Sus propuestas económicas y
sociales eran claramente socialistas, siendo elementos esenciales de su
programa el incrementar el salario mínimo a 15 dólares por hora, así
como la derogación de todos los tratados de libre comercio, aumentando
el grado de cobertura en el aseguramiento sanitario, y enfatizando la
universalidad de los derechos sociales y laborales, rompiendo así con la
filosofía institucional dominante en las políticas sociales del Estado
federal, que son de carácter asistencial-benéfico en lugar de universal.
Ha sido también altamente crítico con la política exterior de EEUU, que
fue dirigida por la Sra. Clinton como Secretaria de Estado (rango
homologable al de Ministra de Asuntos Exteriores). En realidad, la
candidatura de Sanders ha sido la más progresista de todas las habidas
en campaña electoral desde la de Jesse Jackson Senior en 1988.
Su
éxito fue la gran noticia ocultada por los grandes medios, que
claramente favorecían a Hillary Clinton sobre Sanders, el cual tenía en
contra no solo a la dirección y el aparato del Partido Demócrata, sino a
todos los grandes medios. A pesar de ello, Sanders consiguió el apoyo
del electorado por debajo de los 45 años, personas que lo apoyaron
masivamente.
Las limitaciones de las políticas identitarias: el resurgimiento de la clase trabajadora frustrada
El
candidato Sanders cambió la estrategia de las fuerzas progresistas de
EEUU, que desde los años ochenta desenfatizaron la estrategia de
movilización de las clases populares, basada en la realización de que en
EEUU había una estructuras de clases, las cuales estaban ahora
claramente en conflicto entre ellas. La victoria del mundo empresarial
era a costa de la clase trabajadora. En lugar de estas políticas de
clase, la fuerzas progresistas habían enfatizado las políticas
identitarias (a favor de las minorías y de las mujeres) con el objetivo
de favorecer su integración dentro del sistema político-económico
dominante en EEUU. Las instituciones del gobierno federal, en respuesta a
esta estrategia, consiguieron, a través de las medidas
antidiscriminatorias, integrar a tales minorías y a las mujeres dentro
de las instituciones de dicho sistema. La elección de un ciudadano negro
para la presidencia de EEUU muestra el éxito de estas políticas
antidiscriminatorias. Y un tanto semejante ocurriría en el caso de que
la candidata Clinton fuera elegida presidenta. Pero esta integración en
el sistema establecido no ha cambiado el nivel de vida de la mayoría de
negros y mujeres en EEUU, que pertenecen a la clase trabajadora, y ello
como consecuencia de que no han cambiado las relaciones de clase social
en aquel país. La realización de la importancia de este hecho explica el
éxito del candidato Bernie Sanders, que enfatizó el lenguaje de clases
sociales, así como medidas que beneficiaran a la clase trabajadora. De
ahí su apoyo entre la clase trabajadora no solo blanca, sino también de
las minorías (sobre todo jóvenes y trabajadores). Su éxito muestra las
enormes limitaciones de las políticas identitarias en ausencia de
políticas de clase. A pesar de este éxito, el candidato Sanders no pudo
sobrepasar al aparato del Partido Demócrata, que facilitó la victoria de
la candidata que dio prioridad a los temas identitarios sobre los temas
de clase. Ello ha permitido que ahora sea el candidato Trump el que
monopolice el tema de clase, presentando a la candidata Clinton como la
representante del establishment político federal del país, lo cual,
considerando la biografía personal de la Sra. Clinton, es difícil de
rebatir. Por otra parte, el candidato Trump, hoy apoyado por los
sectores más reaccionarios de la Corporate Class, es también vulnerable
por sus orígenes y prácticas (siendo sus propuestas fiscales enormemente
favorables a los intereses de tal clase corporativa). Ahora bien, será
difícil para la Sra. Clinton, que es percibida ampliamente como
representante del establishment, poder capitalizar esta vulnerabilidad
del Sr. Trump. Sin lugar a dudas, el candidato Sanders hubiera podido
mostrar las falsedades del Sr. Trump más fácilmente que la Sra. Clinton.
Las encuestas mostraban que Sanders ganaba a Trump por unos porcentajes
mayores que la Sra. Clinton.
¿Qué pasará?
Una
vez eliminado el peligro de Sanders, el establishment político se
siente más seguro con Clinton que con Trump, al cual se opone una gran
amalgama de fuerzas, incluyendo progresistas, que temen la reducción de
la ya escasa democracia existente en aquel país, que quedaría incluso
más reducida con la victoria de Trump. Por otra parte, la victoria de la
candidata Clinton fue acompañada de un giro hacia la izquierda para
conseguir el apoyo de los votantes de Sanders. En realidad, si el 30% de
votantes de Bernie Sanders trasladaran su apoyo a Trump en lugar de
Clinton, el primero ganaría las elecciones. De ahí el movimiento hacia
la izquierda de Clinton, incluyendo el aumento del salario mínimo
(aunque no ha hecho suya la cifra de 15 euros por hora que pedía
Sanders), la denuncia de los tratados de libre comercio (aunque no ha
prometido anularlos), su distanciamiento de intervenciones que ella
había promovido y que resultaron ser un desastre (como Irak y Libia), y
su promesa de reducir el intervencionismo militar. Y aunque es probable
que la mayoría de votantes de Sanders pase a votar a Clinton, el hecho
es que no es seguro que este apoyo vaya a ser unánime o claramente
mayoritario. El comportamiento de la Sra. Clinton (orientado a conseguir
el apoyo de los republicanos moderados) está desalentando al electorado
sanderista, cuya abstención podría dar la victoria a Trump. Por otra
parte, los medios de comunicación que habían sido relativamente
favorables a Trump ahora se oponen con toda intensidad a este candidato,
mostrando sus grandes incoherencias y puntos débiles, lo cual está
deteriorando su aceptabilidad por parte de amplios sectores de la
población estadounidense. Se abren toda una serie de interrogantes que
añaden una gran inestabilidad a la situación política del país. Es una
lástima que los medios no informen mejor para entender qué está pasando
en EEUU.
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