David Brooks
La
buena noticia que restaura un tantito la fe en el pueblo estadunidense:
una amplia mayoría repudia a ambos candidatos presidenciales. O sea,
prefieren que ninguno de ellos los represente.
En
el sondeo más reciente del Washington Post/ABC News de finales de
agosto, aproximadamente seis de cada 10 perciben de manera desfavorable a
Donald Trump y Hillary Clinton. El sondeo registró el nivel más bajo de
aprobación de Clinton (sólo 41 por ciento tienen una percepción
positiva, mientras 56 por ciento la ven desfavorablemente; Trump goza de
35 por ciento favorable, y 63 desfavorable). O sea, esto sigue siendo
un momento sin precedente en la historia moderna del país, en que ambos
candidatos padecen de un repudio mayoritario.
El
problema, y es enorme, es que esa mayoría no tiene adónde ir, ni dónde
expresar su repudio (hay dos candidatos más, uno del Partido Libertario y
otra candidata del Partido Verde, pero por ahora son marginales). Con
ello, el resultado es que los que no aguantan a Clinton están
contemplando votar por Trump aunque no compartan sus posiciones, y los
que temen a Trump están pensando en votar por Clinton aunque no le
tengan confianza.
Es
fácil entender por qué después de meses en que ambos han manipulado,
engañado, mentido al pueblo estadunidense –desde asuntos de su
comportamiento y personal hasta su manejo de negocios, a sus posiciones
políticas–, no sean bienvenidos por el pueblo que desean representar.
Como
resultado, muchos se preguntan cómo fue que las opciones políticas en
favor de la democracia se han reducido a elegir entre un protofascista y
una representante de la cúpula política y económica tan ampliamente
repudiada y desprestigiada en este país.
Entre
la gran mayoría que rechaza a Trump como opción, muchos se han
resignado –y de hecho, es la carta más importante de la campaña de
Clinton– a que la única razón para participar es frenar al derechista
populista oportunista farsante y ahora amigo de los mexicanos.
Opositores a Trump buscan apaciguar su ansiedad persistente de que no se
puede descartar la posibilidad de su triunfo en las encuestas que
siguen mostrando que Clinton mantiene la ventaja, y sobre todo en los
estados claves que determinarán el resultado final.
"Estoy
muerto de miedo", confiesa Mark, sindicalista veterano de innumerables
luchas y combates políticos progresistas. Comentamos las últimas
encuestas, proyecciones, lo que dicen los expertos, de las divisiones
dentro del Partido Republicano, de los últimos exabruptos inaceptables
de Trump. Pero no es suficiente para poder concluir que esto ya está
cantado. "Conozco a demasiada gente, entre ellos en las filas de los
sindicatos, que afirma que va a votar por Trump", me dice, y explica que
no es porque estén de acuerdo con él en todo, sino que su promesa de
cancelar los acuerdos de libre comercio, invertir en infraestructura y
controlar las empresas que exportan sus chambas es un mensaje poderoso
para un amplio sector, sobre todo de trabajadores blancos, que están
desesperados por su situación económica y sienten que las cúpulas
políticas de ambos partidos los han abandonado. El viejo truco populista
de derecha sigue funcionando.
Más
aún, en las últimas semanas, Trump ha buscado presentarse no sólo como
la mejor opción para ese sector, sino increíblemente para los
afroestadunidenses y latinos. A pesar de sus posiciones racistas,
elogiadas por figuras como David Duke, el ex líder del Ku Klux Klan, y
otros supremacistas blancos, el maestro de reality show se atreve a
decir que él puede reparar las heridas raciales. Hasta llamó a construir
una nueva agenda de derechos civiles y reconoció que hay demasiada
división (sin mencionar que él tiene un largo historial de
discriminación y fue uno de los principales promotores del
cuestionamiento a la ciudadanía del primer presidente
afroestadunidense). Declara en actos en iglesias afroestadunidenses y
otros foros: "vean cuánto han sufrido las comunidades afroestadunidenses
bajo el control de los demócratas. Están viviendo en pobreza. Sus
escuelas no son buenas. Ustedes no tienen empleo. Un 58 por ciento de su
juventud está desempleada. ¿Qué demonios tienen que perder al intentar
algo nuevo, como Trump?" Recuerda que Abraham Lincoln fue republicano.
El
problema con este argumento es que, hasta cierto grado, es cierto. Sin
embargo, Trump tiene un apoyo microscópico entre la comunidad
afroestadunidense, mucho menor que entre latinos, donde alcanza casi 20
por ciento, y nadie cree que esto cambiará mucho. Pero lo asombroso es
la falta de vergüenza.
Mientras
tanto, Clinton está perdiendo apoyo entre sectores que deberían ser
automáticos para ella, como las mujeres, los latinos y los liberales. No
ayuda que se ha dedicado a recaudar millones del 1 por ciento (unos 50
millones de dólares en 22 actos privados sólo en la última quincena de
agosto, reportó el New York Times), que corteja el apoyo de figuras
neoconservadoras y hasta de Henry Kissinger, a quien considera un amigo,
pero sobre todo su espectacular arrogancia y sentido de impunidad al
defenderse de críticas y acusaciones. Los famosos correos electrónicos
que han demostrado o indicado un manejo no sólo irresponsable y
violatorio de reglamentos, sino posibles casos de corrupción en los que
se hicieron favores cuando era secretaria de Estado a ricos donantes a
la Fundación Clinton han alimentado la desconfianza entre estas bases.
Ni hablar de cómo logra encubrir su oportunismo político; sin pena.
Con
sólo 64 días antes de la elección, los sondeos nacionales muestran que
el margen de diferencia entre los dos se está cerrando –el promedio de
encuestas nacionales calculado por Real Clear Politics se ha reducido a
casi la mitad de la ventaja que tenía Clinton al concluir la Convención
Demócrata (de 7.9 a 4.1 por ciento hoy). ¿Cómo es posible que un
protofascista esté tan cerca de ser el próximo inquilino de la Casa
Blanca?
Es el resultado de un concurso entre sinvergüenzas.
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