Por Fernando Esteche, PIA
Muy probablemente antes que los
latinoamericanos, el gobierno estadounidense pudo identificar la
importancia estratégica y moral que tenía Colombia. Por eso el Plan
Colombia, y por eso con toda desfachatez el senador relator de la ley
que proponía dicho Plan en el Congreso norteamericano, Paul Coverdell,
sostenía que controlar Colombia era controlar Venezuela y Ecuador y era
controlar las puertas de las cuencas de Orinoquía y Amazonía.
“Para controlar a Venezuela es necesario
intervenir militarmente a Colombia” dijo Coverdell en el año 2000, a
poco de iniciado el primer gobierno de Chávez. Ese mismo año, el senador
yanqui publicaba en el Washington Post una nota titulada “Comencemos por Colombia” donde expone claramente los objetivos y el plan de trabajo injerencista para Colombia.
Muchas han sido las reflexiones que
dispararon los ahora descubridores de los dolores de Colombia, y de las
promesas de Colombia, y de la falta que nos hace Colombia; todas
apresuradas y urgentes frente a lo que se han animado a definir como
una catástrofe o una gran derrota de la Paz. La Paz es esa situación que hace más de cincuenta años, por ser generosos, en Colombia ha mudado.
En un artículo anterior que recomendamos siempre, “La Paz como Victoria y el compromiso de los Patriotas Nuestroamericanos” publicada en este portal, intentábamos mensurar la importancia estratégica del país y señalábamos que:
La violencia ha sido un elemento
estructurante, constituyente y articulador de la historia y el presente
político colombiano; ante las dificultades del Estado de construir el
monopolio de la fuerza producto de su inestabilidad hegemónica que
seguramente tiene motivaciones tanto en la debilidad de la alianza de
clases dominantes como en la imposibilidad de imponerle a las clases
populares una forma de producción política que reproduzca la normalidad y
el orden que las elites colombianas pretenden.
Pero para intentar ensayar una
explicación del resultado electoral del plebiscito debemos antes
identificar las causas del conflicto armado.
Hay motivos inocultables que
produjeron esta situación de guerra política, de conflicto armado. Uno
es la cuestión agraria, la concentración y enajenación de la tierra, el
despojo. Otro motivo que se desprende del anterior es la confiscación de
la política por parte de esa misma oligarquía que se apropia de las
tierras, enquistada en el Estado, produce una continua cerrazón política
expulsando de la posibilidad de disputar el gobierno a las clases
populares. El Frente Nacional será la expresión paradigmática de esta
confiscación de la posibilidad de acceder al gobierno a manos de las
elites. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán es la expresión por
antonomasia de la cerrazón política de la que hablamos. El tercer
elemento es el narcotráfico, que no solo suministrará recursos para la
guerra contra las clases populares, construirá el paramilitarismo, será
el argumento, además, la excusa moral, para el injerencismo y el
intervencionismo norteamericano a través del Plan Colombia. Y el
elemento fundamental que será paraguas de todo lo anterior es la
colonización del Estado por parte del imperialismo norteamericano. (“La Paz como Victoria y el compromiso de los Patriotas Nuestroamericanos”)
Estando claro lo expuesto y con los
antecedentes de los desarmes del EPL, del M19 y del genocidio sobre la
Unión Patriótica, las trampas de El Caguán y tantas y tantas
experiencias fallidas donde ganó la violencia, ganó el antipueblo, ganó
la civilización que proscribe a los pobres con sus aparatos de
construcción civilizatoria: el ejército, los medios de comunicación y el
sistema político excluyente.
Pero lo cierto es que las condiciones
políticas y militares han cambiado para siempre en Colombia a partir de
estas conversaciones y de los acuerdos bilaterales a los que se
arribaron.
Podrá uno con buena voluntad acusar al
clientelismo político o al encantamiento en una disputa por los sentidos
donde perdió la sensatez; podrá uno echar responsabilidades sobre estas
cuestiones. La verdad es que los sectores urbanos a los que el
conflicto les resulta simplemente una referencia en una fugaz noticia
periodística se han manifestado no sólo en contra de la Paz sino en
contra de la Insurgencia y en contra del presidente Santos. Lo cierto es
que el No a los Acuerdos es la impugnación a la posibilidad de
reinserción política de la insurgencia. Y lo cierto es que el conflicto
con la insurgencia a estos sectores urbanos no les afecta demasiado en
su cotidianidad; cotidianidad que es vivir con peaje permanente y para
todo, peaje que le pagan a los narcos en las ciudades. Lo cierto es que
hay una porción de la población que uno podrá cuantificar como mayor o
menor pero que es tributaria de este estado colombiano colonizado por
los norteamericanos donde se le pide permiso a los narcos para poner un
comercio o construir una casa, un país con ocupación militar
norteamericana concreta, un país rico servido en plato de porcelana a
otros para que lo disfruten. Es el sector de la población que disfruta a
penas con las migajas del festín depredador.
Los argentinos construimos nuestra paz
con la consigna Memoria, Verdad y Justicia, luego de la confiscación de
la política y luego de un genocidio. En Colombia eligieron otro camino,
hablaron de Reconciliación. Es un camino a “la sudafricana” con la
diferencia que en Sudáfrica no hubo manera de excluir a la población
negra proscripta no sólo de la nueva Sudáfrica sino del gobierno mismo.
En Colombia tanto la oligarquía que expresa el presidente Santos como
los sectores transnacionalizados expresados por el ex presidente Uribe
desprecian y deploran a la insurgencia y a los sectores que la misma
reivindica.
Los más condescendientes dirán que la
responsabilidad de la violencia que generó tantas víctimas se halla en
una entelequia a la que nombrarán para no nombrar a nadie: “el
conflicto”, la culpa la tendrá “el conflicto”. La derecha más
transparente dirá claramente que la culpa es de “la insurgencia” a la
que no está dispuesta a perdonar ni tolerar.
Lo que está absolutamente negado como
posibilidad es que los gobiernos y aún el Estado colombiano tengan
alguna remota responsabilidad sobre esa violencia. Curiosa victoria
cultural para una sociedad tan atravezada de operaciones estatales y
paraestatales de violencia.
La Paz es para Santos lo mismo que la
guerra para Pastrana y Uribe, simplemente una mueca con lo que creen
poder asegurarse caudal electoral, por eso las urgencias inexplicables
de uno y otro.
Pero dijimos más arriba que Todo cambió
en Colombia. Las condiciones mismas de una insurgencia que ha podido
entreverarse en debates nacionales asamblearios, que ha intervenido en
la vida política con propuestas, reflexiones, alternativas es una
insurgencia que se hizo oír más allá de la propaganda armada, que ha
dado muestras inocultables de que está dispuesta a la paz, de que ese es
su objetivo. Y es una insurgencia que ha quedado ahora no sólo expuesta
en términos de seguridad propia, sino limitada seguramente a la hora de
pensar en cómo continuar la guerra. Porque no olvidemos que a pesar de Clausewitz lo cierto es que la política es la continuidad de la guerra y no a la inversa. Y la insurgencia colombiana que ha padecido arteros y durísimos golpes, ha estado haciendo política.
Por otra parte hay que pensar cuál será
la forma que planteará este gobierno para sortear la oferta de la guerra
y seguir con la política. No nos cabe duda que un gobierno en manos del
uribismo pastranismo resuelve sin más esta ecuación lanzando
incontables bombardeos sobre campamentos y poblaciones, planteando el
aniquilamiento. Pero hoy hay una experiencia recorrida como pueblo donde
se puso en debate el proyecto nacional. Una cosa es ese 30% del
electorado, mitad del cual se expresó fanáticamente por el No. Y otra
cosa es el 70% restante, que por desidia o por compromiso quiere, sabe y
puede vivir de otra manera, en la política.
No hay paz sin justicia sentenciaba
Benito Juarez. Y a Colombia se le ofrece una Paz con injusticia, con
ocupación imperial, sin soberanía política.
Coltan, cuencas petrolíferas, tierras
raras, acuíferos, biodiversidad, cuenca Pacífico, mucha es la riqueza de
la nación colombiana. La única explicación por la cual no puede
disfrutarla su pueblo es la política, es que la disfrutan otros, los
pocos, los cipayos. De nuevo busquemos los orígenes de la violencia.
En un tiempo en que claramente el
imperialismo norteameicano está operando un redespliegue político,
comercial y militar sobre la región nuestroamericana, en tiempos de
reveses políticos en Argentina y Brasil, con Venezuela jaqueada por una
guerra abierta de sabotaje, en tiempos de Alianza del Pacífico; Colombia
enfrenta su destino que en planes de los yanquis es simplemente ser su
portaaviones, su fuente de recursos, y el ariete de contención y
condicionamiento de Venezuela y Ecuador. En planes de su pueblo y de
nuestros pueblos el destino de Colombia es recuperar la soberanía
popular para construir una patria que merezca ser vivida.
Aturden tanto los guarismos de una
elección no obligatoria, condicionada, atrapada en una guerra de cuarta
generación, como el luctuoso tableteo de la artillería o los bombardeos
sorpresivos de la guerra convencional. Vale la pena hacer el ejercicio
de despabilarse y poder encontrar la inmensa tarea que se ha hecho en
estos años de conversaciones en La Habana y el dinamismo que en la
diáspora colombiana como en la propia Colombia se le imprimió a las
luchas populares en la construcción de sus derechos. Inmensa y trabajosa
tarea que pareció hipotecarse en urgencias ajenas a las necesidades de
la hora y donde sorpresivamente se salió del debate del proyecto
nacional para limitar el debate por la Paz a la administración del
desarme de la insurgencia y la rehabilitación ciudadana de la
guerrillereada.
Ganó el No. Eso no significa que la
insurgencia corre a sus campamentos a repensar una estrategia militar
sino que estará pensando una estrategia política, pero con las armas en
mano para que los oscuros heraldos del uribismo pastranismo no puedan
saciar su sed, también para defender a las poblaciones de paracos al
servicio de terratenientes voraces, para defenderse y porque las razones
por las cuales se alzaron en armas primero como autodefensas y luego
como ejército no han cambiado en todas estas décadas.
Sobre el final del borroneo de estas
cuartillas se publicó la noticia del comunicado de Santos donde
anunciaba un fin del cese bilateral del fuego para fines de mes. A la
vez le era otorgado el Premio Nobel de la Paz.
Se abre en Colombia un montaje que con
el pomposo título de Dialogo Político sientan a personajes guerreristas
pretéritos, verdaderos ganadores del plebiscito, como los ex presidentes
Uribe y Pastrana.
Pastrana fue quien a expensas de los
Diálogos del Caguán intentó el magnicidio sobre Marulanda y fracasado
esto arremetió con el PLAN PATRIOTA pentagonal, una táctica de
sofocación y aniquilamiento de la insurgencia que causó estragos en la
población civil, con sus miles y miles de muertos y desplazados, operado
inmediatamente después de estar hablando de Paz.
Si es entonces el sistema político de
Pastrana-Uribe-Santos el espacio en el cual se va a discutir las
posibilidades de paz estable y duradera, Colombia enfrenta una nueva
frustración. Santanderistas de traje y corbata que pretenden proscribir
no sólo a la insurgencia sino a todo un pueblo bolivariano. Si no se
discute un nuevo marco constituyente que asegure la soberanía popular,
la disposición nacional de los bienes comunes, la descolonización del
estado incluyendo las FFAA, el fin del Plan Colombia y la
desmilitarización paraestatal mafiosa que acomete el trabajo sucio de la
guerra; la insurgencia está ante el enorme desafío de sortear esta
nueva trampa y construir una propuesta política unitaria con los
sectores nacionales y populares que pueda recuperar la política y la
soberanía para el pueblo.
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