miércoles, 8 de marzo de 2017

MUJERES PARA LA HISTORIA



Dilma Vana da Silva Rousseff
 Dilma Vana da Silva Rousseff (Belo Horizonte, 14 de diciembre de 1947), conocida como Dilma Rousseff, es una economista y política brasileña que ocupó la presidencia de su país desde el 1 de enero de 2011 hasta el 31 de agosto de 2016. El 12 de mayo de 2016, el Senado abrió un proceso de impeachment en su contra, por lo que se encontraba desde entonces, y hasta el final del proceso, suspendida de sus funciones como Jefa de Estado y de gobierno.
Hija de madre brasileña y padre búlgaro, Dilma se crió en el seno de una familia de clase media alta y se instruyó en un colegio público. Mientras estudiaba en el colegio secundario, tuvo lugar el Golpe de Estado de 1964. Desde aquel momento comenzó a militar en el movimiento de resistencia contra la dictadura militar. En 1964, siendo estudiante de secundaria, comenzó a militar políticamente en la Organización Revolucionaria Marxista Política Obrera (POLOP) Política Operária (Política Obrera, en español). Más adelante formó parte de la organización guerrillera COLINA, reorganizada más adelante como VAR Palmares, que fue uno de los grupos armados más grandes formados contra el régimen militar. Detenida en 1970, un tribunal militar la torturó y luego condenó, permaneciendo presa durante tres años.
Una vez libre, se radicó en el Estado de Río Grande del Sur, donde estudió la carrera de Economía, recibiendo la licenciatura en la Universidad Federal de Río Grande del Sur en 1977. Con la apertura gradual hacia la democracia, que abrió la dictadura militar en la década de 1980, Dilma inició su actuación política en el Partido Democrático Laborista (PDT), dirigido por Leonel Brizola en el ámbito nacional, llegando a ser secretaria de Minas y Energía del estado en la década de 1990.
En 2001 rompió con el PDT para ingresar en el Partido de los Trabajadores (PT), encabezado a nivel nacional por Lula da Silva quien, al asumir la presidencia en 2002, la nombró Ministra de Minas y Energía. Tras el escándalo de las mensualidades (mensalão) el Jefe del Gabinete José Dirceu renunció y fue reemplazado por Rousseff como Jefa de Gabinete. Renunció a ese cargo el 31 de marzo de 2010 para presentarse a la presidencia de Brasil, resultando electa en segunda vuelta con el 56 % de los votos.
Asumió el cargo el 1 de enero de 2011 siendo la primera mujer en ostentar el cargo de máximo dirigente político de Brasil.7 Siguiendo los pasos de Lidia Gueiler Tejada (1979), Michelle Bachelet (2006) y Cristina Fernández de Kirchner (2007), ha sido la cuarta mujer electa presidenta en América del Sur.8
Su plan de gobierno sigue básicamente los mismos pasos que su antecesor en áreas internacionales, económicas y sociales, encaminando su acción hacia el objetivo de terminar con la pobreza extrema. Ante la llamada Guerra de Divisas impulsada por la Unión Europea y Estados Unidos como mecanismo para trasladar la crisis desatada en 2008, impulsó una política de blindaje y autonomía, que contó con el apoyo del Mercosur y de los cinco países del Grupo BRICS.9 Frente a las denuncias y procesos por corrupción durante su gobierno, respondió con energía destituyendo a ministros y funcionarios.10 Tuvo a su cargo la organización de la Copa Mundial de Fútbol de 2014, realizada durante su mandato; y hubiese tenido a su cargo la de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 pero la suspensión de sus funciones por el Senado de Brasil se la dejó a su eventual sucesor Michel Temer. Fue destituida por el mismo órgano legislativo el día 31 de agosto de 2016, declarada culpable del delito de responsabilidad en el maquillaje de las cuentas fiscales y la firma de decretos económicos sin aprobación del Congreso de Brasil por 61 votos contra 20.

LAS MADRES DE LA PLAZA MAYO

Hace 30 años 14 mujeres cuyo oficio central había sido el de madres y amas de casa, se encontraron en la Plaza de Mayo. Era sábado, no había casi nadie, pero allí nacía uno de los movimientos sociales más importantes de la historia. Frente al horror en estado puro, la desaparición de sus hijos, lograron lo que parecía inconcebible: transformaron el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Esta es la apasionante historia de una gesta a través del texto elaborado por lavaca a pedido de Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, para el documental 30 Años de vida venciendo a la muerte. Un recorrido por la historia de las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, las territorios, las brujas y los alumbramientos.
http://www.lavaca.org/img/blanco.gifHabía una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.
La historia suele ser infinita, ¿Cómo contarla?
Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.
Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.
En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.
Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.
Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.
Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.
Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.
En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.
Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.
Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.
Fue una danza alucinada.
Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.
La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.
Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.
La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.
Pero ahora imaginemos.
Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.
Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:
Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.
Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.
No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.
Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.
No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.
Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.
Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.
Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.
Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.
Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.
Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:
“Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.
Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.
Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares. Nunca más se supo de él. Es otro desaparecido.
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En esa noche, hubo un parto.
En medio de la oscuridad, un alumbramiento.
Nació una historia.
Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.
Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.
La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.
Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.
Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.
Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.
Una de esas mujeres dijo: Basta.
Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.
Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.
La plaza sería el territorio de estas madres.
No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.
No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.
No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.
No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.
No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.
No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.
La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.
La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.
Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.
Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.
Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.
En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.
Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.
El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.
Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.
El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.
Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.
Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.
Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.
Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.
Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.
Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.
En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.
Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.
Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.
En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.
Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.
Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.
Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.
Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.
Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.
Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.
Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.
El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.
Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.
La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.
En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos desaparecidos habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.
El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.
En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.
Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.
Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo,
la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida,
La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas
La marcha de las manos,
La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales. El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos. Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.
Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.
Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.
Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.
La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.
Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.
Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.
Cómo convertir al dolor, en acción.
La parálisis y el miedo, en lucha.
La desesperación, en coraje.
Las lágrimas, en acciones.
Para acorralar a la muerte, como el primer día:
tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

BERTA CACERES

Hija de Berta Flores, partera, enfermera y alcaldesa, quien dio amparo a muchos refugiados de El Salvador durante la guerra civil de ese país. Su hermana, Agustina Flores (1959-), también es una activista del COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras). Por apoyar al derrocado presidente constitucional José Manuel Zelaya, fue presa política en los primeros meses de la presidencia de Roberto Micheletti, tras el golpe de Estado institucional del 28 de junio de 2009.
Activismo medioambiental
En 1993 cofundó el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) para luchar en defensa del medio ambiente, el rescate de la cultura lenca y para elevar las condiciones de vida de la población de la región.5
Destacó en su activismo medioambiental siendo especialmente mediática su actividad en contra de la privatización de los ríos y los proyectos de presas hidroeléctricas de privatización de los inversores internacionales.
Luchó contra proyectos hidroeléctricos, mineros y madereros destacando su lucha contra la presa hidroeléctrica de Agua Zarca en el Río Gualcarque en Santa Bárbara, cuya construcción afecta gravemente a las comunidades indígenas, siendo una importante fuente de agua y alimentos, además de considerarse un río sagrado para el pueblo lenca. En la tradición, los espíritus femeninos están en los ríos y las mujeres son sus principales guardianas.
En 2009 encabezó protestas contra el golpe de Estado del 28 de junio al entonces presidente hondureño Manuel Zelaya. En varias oportunidades, Cáceres denunció la expropiación de sus territorios y las carencias en los sistemas de salud y agrícola, y rechazó la creación de bases militares estadounidenses en el territorio hondureño.6 Además fue una dura crítica del gobierno de Juan Orlando Hernández y del Partido Nacional de Honduras.
Oposición al proyecto hidroeléctrico de Agua Zarca
En 2006 un grupo de indígenas lencas de Río Blanco acudieron a Berta Cáceres en busca de ayuda tras haber sido testimonios de la llegada de maquinaria y material de construcción en su área . Cáceres investigó el proyecto e informó a la comunidad que se trataba de una alianza comercial para construir cuatro represas hidroeléctricas en el río Gualcarque. Los actores implicados eran la compañía china Sinohydro (la mayor compañía constructora de presas del mundo), la Corporación Financiera Internacional (CFI) del Banco Mundial y la compañía hondureña Desarrollos Energéticos S. A. (DESA) (ver también Empresa Nacional de Energía Eléctrica).
De hecho, este proyecto no se trata de un caso aislado, pues desde el golpe de estado de 2009 se han iniciado en Honduras una gran cantidad de megaproyectos muy destructivos para el medio ambiente y que al mismo tiempo acarrean el desplazamiento de las comunidades indígenas. Con la intención de satisfacer la demanda de energía barata para concesiones mineras, el gobierno ha aprobado cientos de proyectos hidroeléctricos, provocando así la privatización de ríos y tierra.
Las compañías implicadas habían violado la legalidad internacional al no consultar la comunidad local para el desarrollo del proyecto. Los lencas consideraban que las presas afectarían su acceso a agua, comida y materiales para medicina, por lo que su modo de vida tradicional sería puesto en peligro. Cáceres movilizó la comunidad para organizar una campaña de protesta. Entre las acciones legales que se llevaron a cabo, la más destacada fue llevar el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
A partir del 2013, Cáceres dirigió COPINH en la campaña de protesta. Una de las principales acciones fue el bloqueo del acceso al área de construcción; los activistas locales fueron repetidamente desalojados por la Policía Nacional de Honduras. El 15 de julio de 2013, los militares de Honduras abrieron fuego sobre algunos miembros del COPINH realizando una protesta pacífica, causando de este modo la muerte del dirigente Tomás García y tres heridos. En mayo de 2014 se produjeron dos asesinatos más y tres otros activistas resultaron gravemente heridos. Además, las compañías constructoras, la policía y los militares han perpetrado desde entonces una campaña sistemática de represión, acoso y amenaza contra los activistas locales y grupos indígenas, a la vez que se los criminalizaba y se los presentaba en los medios de comunicación como violentos y peligrosos.
A finales del 2013, Sinohydro y la CFI se retiraron del proyecto como repercusión de las protestas del COPINH. A pesar de ello, Desarrollos Energéticos continuó y trasladó el área de construcción al otro lado del río con la intención de evitar bloqueos. Otras compañías locales daban su apoyo al proyecto. Cáceres y otros dirigentes indígenas fueron acusados por "usurpación de daños continuados" y “coacción” en contra de DESA.25 En respuesta a los cargos, Amnistía Internacional declaró que si los activistas eran encarcelados serían considerados presos de conciencia. Docenas de organizaciones regionales e internacionales hicieron un llamamiento para que el gobierno de Honduras parara la criminalización de la defensa de los derechos humanos y se dedicara a investigar las amenazas contra los defensores de los derechos humanos.
Asesinato
Antecedentes
Según los datos aportados por la ONG Global Witness, un total de doce activistas medioambientales han sido asesinados en Honduras el 2014, lo que convierte el país en el más peligroso del mundo, teniendo en cuenta su tamaño, para los activistas en defensa de los bosques y ríos.
Berta Cáceres llevaba años recibiendo graves amenazas de muerte, llegando incluso a ser encarcelada por su labor en la defensa de los derechos indígenas, y por lo mismo contaba con medidas cautelares por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Berta Cáceres y el COPINH, habían venido siendo víctimas de hostigamientos por parte del Estado hondureño a través de la Policía Nacional, el Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep) e incluso la jerarquía de la iglesia Católica, dado que el cardenal Óscar Andrés Rodríguez prohibió a los feligreses organizarse en COPINH y escuchar sus medios de comunicación comunitarios.
Berta Cáceres y el Copinh apoyaron a el caserío Güise en Intibucá, sin embargo este fue desalojado violentamente y el caserío destruido el 25 de febrero de 2016. Berta había ofrecido una rueda de prensa en la que denunció que cuatro dirigentes de su comunidad habían sido asesinados y otros tantos habían recibido amenazas. Una semana después sería asesinada en su hogar por un sicario.
El crimen
Acto ecuménico en la despedida de Berta Cáceres.
La mañana del 3 de marzo de 2016 Berta Cáceres se encontraba en su vivienda, preparándose para presentar alternativas al proyecto hidroeléctrico Agua Zarca, en la misma vivienda se encontraba el ambientalista mexicano Gustavo Castro. Los asesinos forzaron las puertas de su vivienda en La Esperanza para cometer el crimen, posteriormente Castro escuchó cuando Berta preguntó: «¿Quién está ahí?», y un sicario le disparó y la mató e hirió a Gustavo Castro.
Funeral
Miles de personas asistieron a su funeral, celebrado el 5 de marzo de 2016 en La Esperanza que se convirtió en un homenaje popular. El acto fue dirigido por el sacerdote Ismael Moreno Coto y padre Fausto Milla. Acompañados de los rituales y danzas garífunas, se cantó el Padre Nuestro en diversos idiomas y lenguas como lenca, misquito, garífuna, quiché, español e inglés. Luego del acto, se realizó una marcha por toda la ciudad hasta el cementerio de La Esperanza, donde fueron sepultados sus restos. Sus hijas reclamaron justicia y denunciaron la impunidad del asesinato.
Su muerte provocó actos de protesta y homenajes alrededor de todo el mundo.
El presidente Juan Orlando Hernández declaró prioridad la investigación del crimen.
Por otro lado, se han levantado denuncias por parte del COPINH que expresan cómo el mismo gobierno intenta criminalizar a los compañeros de organización de Berta Cáceres,41 en lugar de investigar a los entes y empresas acusadas por los familiares de Berta Cáceres, entre los que destacan el Estado hondureño, y la empresa DESA, perteneciente a la familia Atala Zablah, uno de los más poderosos grupos de poder del país, en las declaraciones y comunicados que han emitido hasta el momento las hijas, hijo y madre de Cáceres. Desde la Secretaría de Estado de Honduras incluso se dieron declaraciones argumentando que se trataba de “un crimen pasional”, sin haber terminado el levantamiento del cadáver y sin realizar las respectivas investigaciones. Por todo esto, en una conferencia de prensa brindada el 9 de marzo de 2016, Olivia Márcela Zúniga Cáceres, hija mayor de la luchadora indígena, declaró que "sentía asco por la manipulación del gobierno" sobre el asesinato de su madre, así como por el papel de algunos medios oficialistas que habían desvirtuado los hechos.
Testimonio de Gustavo Castro
Durante el ataque contra Cáceres resultó herido el ciudadano mexicano Gustavo Castro, miembro de la organización Amigos de la Tierra, quien recibió un disparo cuando salió, al oír ruido, para ver qué pasaba. Se salvó al hacerse el muerto para evitar que los dos hombres continuaran disparándole. Dos días después estaba fuera de peligro y bajo el resguardo de la embajada de México en Honduras. Las autoridades le prohibieron salir del país por las investigaciones, y la organización ha iniciado una campaña para pedir que se garantice su seguridad. Se han levantado exigencias al gobierno de Enrique Peña Nieto para acelerar el proceso.
En las primeras horas tras el asesinato se procedió a la detención de tres personas, el testigo Gustavo Castro, conocido de Berta Cáceres, que resultó herido durante el ataque, el guardia de seguridad José Ismael Lemus que horas después fue liberado aunque con la advertencia de mantenerse en el país y la petición de colaborar con las autoridades y Aureliano Molina Villanueva (militante de base del COPINH) que el día 6 también fue liberado bajo vigilancia policial "porque no encontraron suficientes elementos para mantenerlo detenido".
El 7 de marzo, cinco días después del asesinato, Gustavo Castro, único testigo del crimen, rompió el silencio mediante una carta pública, en la cual, entre otras cosas, acusó al Gobierno hondureño de prohibirle salir del país sin razón alguna, de que ninguna de las fotografías presentadas por los entes de investigación respondían a los principales sospechosos del crimen, sino más bien a compañeros del COPINH, y de que el escenario del crimen había sido modificado.
Vi morir a Berta en mis brazos pero también vi su corazón sembrado en cada lucha que el COPINH ha realizado, en tantísima gente que la conocimos. No hay lluvia que semeje tantas lágrimas derramadas por su partida, pero no hay tanta fuerza que asemeje la lucha lenca que se enfrenta día a día, palmo a palmo disputándose el territorio contra las grandes transnacionales.
El asesinato de Berta podrá significar para muchas empresas e intereses la oportunidad para avanzar sobre sus territorios. (…) Y es que mis declaraciones les estorban para culpar a quienes quieren meter a la cárcel. No escuché carros llegar ni irse cuando el asesinato; el escenario del crimen fue modificado y alterado; las pruebas de sangre y otras dejaron líneas en blanco que luego pueden ser alteradas; mandan a declarar a la mayoría a gente del COPINH y no a los sospechosos tiempo atrás de estar intentando asesinar a Berta. (…) …llegaron para que viera fotos y videos e identificar al asesino que me encontré cara a cara, pero lamenté que todos los videos y fotografías eran de las marchas del COPINH, para que señalara quién de ellos había sido. Pero no me han mostrado las caras de los dueños de las empresas o sus sicarios

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