BINÓCULO Nº 290
Rafael Rodríguez Olmos
No hay duda de que los
historiadores del imperio han hecho un gran trabajo por tratar de omitir un
acontecimiento que probablemente fue el hito más importante de la humanidad de
los últimos cien años. Esto por supuesto velado también por quienes
interesadamente han consentido tal ocultamiento.
Pero me parece inobjetable que la
Revolución de Octubre, que este 24 cumplió exactamente cien años, no solo
partió la historia en dos, sino que el sino de la humanidad está marcado por
los hechos que allí ocurrieron, por las decisiones que se tomaron, por las
cosas inusitadas que pasaron y por los actores que allí estuvieron. Pero
además, por primera vez se estaban haciendo físicas, reales, tangibles, la
aplicación de las teorías expresadas por Marx hacía tan solo pocos años atrás.
Hay una película que refleja
mucho de esos hechos realizada en 1981: Reds, acerca de la vida de un
periodista estadounidense en la Revolución Rusa, magistralmente interpretada
por Warren Beatty, quien es a la vez el director de la película y por la cual
ganó un Oscar, la genial Diane Keaton y dos míticos del cine como Jack
Nicholson y Gene Hackman. Esta película tiene bastante rigurosidad histórica,
salvando obviamente las pretensiones hollywoodenses.
Era casi imprevisible que fuera
en una Rusia atrasada, sumida en los mayores niveles de explotación y pobreza,
con una monarquía que estaba por encima del bien y del mal, fuera donde
explotara una violencia social que diera al traste con un poder sempiterno y
dejando claro ante el mundo que sí era posible. Pero además, pasando por encima
de los análisis del propio Marx, quien aseguraba que el primer país socialista
sería Inglaterra pues fue allí donde primero se produjo el desarrollo
industrial, por lo que sería allí donde primero se organizaría el proletariado,
que junto a la burguesía, forma parte de las dos únicas clases sociales que
existen, a decir de Marx, quien explicaba que la razón era porque estaban
vinculadas al proceso productivo. Hago un paréntesis para decir que en mi ignorante
opinión ese concepto debe ser revisado; y además estoy seguro de que el propio
Marx lo revisaría, en caso de tocarle conocer el mundo de hoy y el papel que
juegan factores que no existían en su tiempo, pero tan fundamentales y
decisorios de la sociedad moderna como la clase media, a la que Lenin llamó
pequeña burguesía; o el narcotráfico, que tampoco estaba en la fase superior
del capitalismo de Lenin. Creo que los teóricos obligatoriamente deben debatir
sobre estos dos factores en particular, no solo por su poder de decisión, sino
por su enorme influencia en los acontecimientos del mundo moderno.
Pero ciertamente el cambio de la
humanidad comienza en esa parte del mundo atrasada y ahistórica. Y por cierto,
explota en un momento extremadamente complicado para todos, pues era 1917,
faltaba un año para que terminara la Primera Guerra Mundial, que al igual que la
primera, no fue más que un reacomodo de las burguesías sobre otros factores de
poder. La historia, casi que estúpidamente nos dice que estalló por el
asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de un patriota
serbio-bosnio llamado Gavrilo Princip.
Esta revolución rusa encamina a
las demás revoluciones del mundo. Estaba dirigida por brillantes y valientes
revolucionarios, cuya claridad sobre el acontecer era de una precisión
absoluta. Dos de los grandes teóricos de la humanidad, asumieron directamente
la conducción de los hechos: Vladimir Lenin y León Trostky, resaltaban entre
cientos de preclaros hombres del hecho revolucionario y de un proceso inédito
que se convertiría en la brújula de los demás. Fue la revolución rusa la que
puso la palabra pueblo en la boca de los explotados del mundo. Fue la
revolución rusa la que le indicó a los demás cuál era el camino. Fue a partir
de la revolución rusa cuando se produce la inspiración de otros líderes
revolucionarios a que tomarán el poder y llevaran una vida diferente a sus
sociedades. Fue la revolución rusa la génesis de la cortina de hierro, la gran
marcha roja que llevó a Mao al poder en la China campesina en 1949, la misma
China que ahora le quitó el sueño al Big Brother. Fue la revolución rusa la que
inspiró la construcción de la Corea que conocemos hoy. Fue la revolución rusa
la inspiración para que los vietnamitas dieran una batalla ininterrumpida contra
japoneses primero, franceses luego y estadounidenses finalmente.
De hecho, es a partir de la
revolución rusa cuando se comienzan a gestar dos conceptos de sociedad, dos
modelos de forma de vida, dos propuestas para vivir, dos criterios económicos
distintos.
Es una fascinación conocer esos
aconteceres por pedacitos, por capítulos, por anécdotas, por crónicas. Mi
generación la leyó, o leyó una parte, pero ahora hay un derroche de tecnología
que debería hacer más accesible ese conocimiento de la historia al mundo
entero. Debería ser parte de las tareas del incompetente Ministerio de
Educación, explicarles a los niños que nuestro devenir está muy ligado a los
aconteceres de aquellos tiempos.
Es aquí donde recomiendo la
lectura de una novela escrita por un brillante inglés del siglo XV: Thomas
More, quien dejó para la humanidad Utopía. Es una novela exquisita que en la
medida en que uno se va adentrando en su contenido, comienza a percibir que es
un tratado de filosofía política y deja un profundo sabor de la recomposición
de la humanidad y de la necesidad absoluta de la justicia social.
En ese volcán político-social de
1917 que provocó la derrota del zarismo, estaban todos los opositores unidos en
un mismo fin. La derecha iba a un gobierno de transición y promovía la creación
de una Asamblea Constituyente que redactara una Constitución. Era el debate
entre una derecha liderada fundamentalmente por Kerenski contra los criterios del
Consejo de Comisarios del Pueblo. Es allí donde juegan un papel fundamental los
líderes. Es allí donde la claridad política está por encima de las visiones
pequeñas y mezquinas, es durante esos debates, en pleno proceso naciente con
una incipiente república, donde Todo el poder para el soviet se convierte en
una realidad. Fue una de las decisiones más trascendentales no solo para la
propia Rusia, sino para la humanidad. Fue un proceso complicadísimo donde
bolcheviques y mencheviques dieron el todo por imponerse. Al final se impuso la
revolución bajo la égida de Lenin, el gran conductor intelectual y político que
mantuvo a raya a todo aquel que pretendiera alterar el desarrollo de la
revolución.
Todo el poder para el soviet no
es más que la inclusión como actores de aquellos que son en realidad eso que
ahora llamamos el poder popular y en el que nadie cree. Solo Chávez lo
entendía: “Solo el pueblo salva al pueblo”. Creó muchos mecanismos para que
efectivamente eso fuera así y todos fueron echados a la basura. El poder
popular no existe para el gobierno salvo para que se le llame a votar. No se le
pregunta nada, no decide sus candidatos, no decide sus ministros, no decide sus
acciones ni su intervención en la economía del país.
La brillantez de Lenin impidió
que la revolución rusa desviara su camino. Siempre he recomendado leer la
historia del formalismo ruso para entender no solo el proceso sino al gran
Lenin. Pero su muerte fue muy temprana, y un pragmático como Stalin no iba a
perder su tiempo en debates, así que la ejecución fue más rápida y de esa
intelectualidad pequeño-burguesa con la que Lenin debatía, ordenó ejecutar a
25.000, así como también fue adecuado “ejecutar” a 30.000 oficiales del
ejército que después los necesitó cuando la invasión nazi en 1941.
Así ha ocurrido a lo largo de la
historia: el pragmatismo está por encima de la razón y del debate. Sería
exquisito volver a los libros, a la historia, a la poesía, al cuento, a la
novela. Es, por cierto, lo único que nos hace humano en un mundo consumido por
la estupidez.
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