domingo, 5 de noviembre de 2017

ALCArajo con el ALCA y sus herederos actuales

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Hace 12 años exactamente las calles de Mar del Plata hervían de multitudes. Banderas, bombos, redoblantes y pancartas apuntaban a un solo objetivo hecho consigna: "No al ALCA”, Apuntaban a ese injerencista “tratado de libre comercio” con toda la potencia posible que permitiera frenarlo. No era para menos: la ciudad balneario albergaría la Cumbre de presidentes en la cual se aprobaría o no la nefasta iniciativa motorizada por Estados Unidos y algunos de sus acólitos. Pero además, también allí, cerraría sus sesiones en un gran estadio la más gigantesca Contracumbre que se recuerde por estas tierras, siendo la figura fundamental de la convocatoria nada menos que el Comandante Hugo Chávez. 

El día amaneció lluvioso y sin embargo desde todos los puntos del país, fueron llegando en todo tipo de transporte, hombres y mujeres que tenían claro que si ese proyecto monitoreado por el imperio seguía avanzando, cada país perdería aún más su independencia y una ola colonizadora en lo económico, en lo político y en lo social volvería a precipitarse como en los años 90  por todo el continente. El ALCA era a esa altura, el buque insignia del desembarco de un nuevo tipo de marines cuyos uniformes serían los trajes y corbatas de los CEO de las trasnacionales, ansiosos por devorar las riquezas ancestrales de cada territorio. Por eso y por muchas cosas más, Mar del Plata se había convertido de buenas a primeras en el sitio donde los nadies, representados por sí mismos y con el aval de un puñado de presidentes tendrían la estratégica misión de pararle la marcha a la topadora de otro participante indeseable, George W. Bush, que acostumbrado a jugar a ganador, pensaría que otra vez el éxito le sonreiría.
Si faltaba algún elemento para ponerle más color y calor a aquella mañana, había arribado a la estación ferroviaria marplatense un servicio especial, bautizado como “Tren del ALBA”, en clara referencia a la alternativa liberadora impulsada por Venezuela y Cuba. En sus vagones viajaron entremezclados diversos dirigentes sociales, políticos y las llamadas “ personalidades”. Así pudo verse al líder boliviano Evo Morales, quien estaba a punto de ser el primer presidente indígena del continente,  el cineasta Emir Kusturica, el gran Diego Maradona, quien antes de salir había sentenciado entre aplausos: “Bush es una basura humana y el mayor criminal del mundo”, el Padre Farinello, Miguel Bonasso y Luis D’Elía (ambos co-organizadores de semejante movida) y muchísimo otros. 
Todos ellos y una multitud que los aguardaba marcharon bulliciosamente por la tradicional avenida Luro, encabezados por Adolfo Pérez Esquivel y Maradona, y en una de las esquinas se le sumó una enorme delegación de cubanos y cubanas, que agitando sus banderas, habían llegado en un charter enviado por el Comandante Fidel Castro para apoyar la desigual batalla contra el Imperio. Estratega como siempre fue, Fidel sabía que allí se jugaba una partida que podía cambiar por un largo tiempo el destino de Latinoamérica, y como era habitual en él, se dispuso a hacer lo posible por ayudar a ganarla.
En el estadio, desbordado por la multitud, con Hugo Chávez como bastonero principal se desarrolló una gran asamblea popular que le mostraría al mundo que el imperio no es invencible. En un discurso memorable, el líder bolivariano entre bromas y cantos y cediéndole la palabra cada tanto a distintos líderes populares del continente, dejó claro la significancia nociva para los pueblos que traería la reafirmación del ALCA. Como contrapartida dio pautas de la iniciativa de solidaridad pueblo a pueblo que albergaba un proyecto como la Alternativa Bolivariana para las Américas y el Caribe (ALBA). A partir de esa pedagogía de masas que un comunicador como Chávez manejaba a la perfección, quedaba claro que había necesidad extrema de enterrar al ALCA en Mar del Plata, y si era necesario graficarlo en gestos, quién se puede olvidar del estadio entero brincando y gritando junto a un Chávez sonriente: “ALCA, ALCA, ALcarajo”. Como epílogo de esa fiesta de pueblo, Silvio Rodríguez, guitarra en mano, alentaría aún más a la victoria.
Un rato después, la ceremonia se repetiría de manera más formal, en una Cumbre de mandatarios militarizada al máximo, en la que el trío Chávez, Kirchner y Lula (como suele hacer habitualmente, Tabaré Vázquez se borró vergonzosamente, retirándose del foro antes de la definición final), representando el anhelo de millones de latinoamericanos y latinoamericanas le pusieron los puntos al jefe imperial, que con cara demudada vio como se venía abajo su sueño de más opulencia. El ALCA había sido doblemente derrotado, primero en la calle (donde a esa hora se quemaban banderas norteamericanas y se escuchaba el “Yankis go home” por todas las esquinas) y en coraje de esos tres mandatarios que unieron fuerzas para cortarle el avance depredador a las trasnacionales representadas por Bush.
Hoy, a 12 años de aquella gesta, el panorama del continente no es el mismo. El Imperio se ha rearmado y con la complicidad de varios de sus amanuenses co-gobierna en diversos países y trata de recuperar el tiempo perdido, a través amenazas, presiones y chantajes. Otra vez las matrices del FMI y el Banco Mundial, parecen entrometerse en los asuntos internos de cada nación. Fórmulas que se consideraban superadas, como los golpes de Estado, han producido retrocesos innegables.  
Sin embargo, el ALBA sigue en pie y todo lo experimentado en los últimos años a nivel de alianza fraternal entre los pueblos, al calor de la presencia solidaria de Venezuela Bolivariana, de Cuba y Bolivia, junto a otros gobiernos progresistas no ha sido en vano. Los pueblos saben, lo han vivido, que hay otro mundo distinto al que ofrece el capitalismo y es por eso que en cada país se siguen repitiendo luchas y desafíos al poder establecido. La puerta abierta por aquella jornada histórica del 4 de noviembre de 2005, que a la vez fue la conclusión de cientos de manifestaciones contra el ALCA, llevadas a cabo durante varios años, demuestran que la única receta para hacer retroceder a los actuales enemigos (muy parecidos a los de ayer) es la movilización y la coordinación de esfuerzos en todos los escenarios posibles, pero teniendo a la calle como principal vector. Como repetía Chávez: "no se trata de vencer o morir, habrá que vencer”.

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