Rafael Rodríguez Olmos
El jueves pasado estaba en la casa de un amigo en la
popular y gigantesca comunidad de Trapichito, uno de los desastres urbanísticos
de la dinastía Salas. En ese momento le llegó el aviso de la llegada de la caja
Clap, por la cual había pagado 27.000 bolívares 15 días antes.
La caja contenía: dos kilos de leche, cuatro kilos de
arroz, dos kilos de lentejas, dos kilos de frijoles, tres kilos de harina de
maíz, un kilo de harina de trigo, un litro de aceite, un pote mediano de
mayonesa, un pote de salsa de tomate y medio kilo de pasta larga. Me quedé
sorprendido con una caja que contenía 18 artículos y que costara 27.000. Pero
se me encendió la sangre pues mi amigo se arrecho porque no había traído
azúcar. “El coño de tu madre” le dije, “es increíble que te estén entregando
una caja que tiene 18 artículos y estés arrecho porque no trae azúcar. Si te la
vendieran a un millón de bolívares, te la estarían regalando porque un millón
doscientos cuesta un solo kilo de leche. No se puede ser mal agradecido hermano,
Yo no conozco muchos gobiernos en el mundo que hagan esto. Con todo y lo jodida
que está la situación, el gobierno saca dinero para darte una caja de alimentos
para que te ayudes. Si tú mal administras la comida. Si no enseñas a tu familia
que las cosas no se deben desperdiciar, esa vaina no es culpa del gobierno. Ya
eres un viejo igual que yo y pasaste la roncha hereje en tiempos pasados. Dime
cuándo coño un gobierno de la Cuarta te dio una caja de comida para que te
ayudaras con la crisis”, fue mi regaño de arrechera, aunque si no hubiera sido
un alto pana, creo que lo hubiera golpeado, por mal agradecido. “Tienes razón
Rafa, discúlpame”, alcanzó a decirme.
Eso me recordó aquella anécdota de la mujer que le
estaban entregando un apartamento, creo que en San Agustín en Caracas. Tenía
lavadora, nevera, cocina, televisor, muebles, camas, y la mujer se arrechó
porque no tenía un horno de microondas. Estaba Chávez vivo y con esa paciencia
pedagógica, trató de explicarle. Gobierno pendejo. Yo la hubiera sacado del
apartamento, le hubiera entregado el horno microondas y la hubiera mandado para
el coñísimo de su madre por mal agradecida. Creo que está claro que nadie se
ocupa de hacerle entender a la gente que es obligación del gobierno velar por
las necesidades colectivas, pero no darle un plato de comida. El gobierno, más
bien el Estado, debe elaborar políticas tendentes a la solución de los
problemas de la gente. Chávez, en reconocimiento a la enorme deuda social con
los venezolanos, y, además, consciente de que un trabajador no podía comprar un
aire acondicionado, comenzó políticas no solo dirigidas a que las personas
resolvieran sus problemas domésticos esenciales, sino que incluso tuvieran viviendas
dignas. Por ello se han entregado dos millones de ellas y pareciera que no se
tuviera idea de la cacería que le ha montado la banca para quitárselas a la
gente. El primer intento se hizo con Julio Borges durante la mediocre Asamblea
Nacional que condujeron. Pero está claro que, si no se elabora un blindaje
jurídico para evitar que antes de 20 años la gente no tenga posibilidad de
negociar lo que al Estado le costó mucho dinero, eso se volverá un arroz con
mango en algún momento.
Hay varias cosas que no termino de entender con esa
vaina de las cajas. Porque si en Venezuela hay varios estados productores de
arroz, que de hecho se exportaba, el arroz que nos comemos venga de México.
Porqué todo ese montón de comida viene de México, cuando Peña Nieto nos tiene
arrechera y no quiere saber de Maduro. Por qué si Venezuela era un país
productor de leche y sus derivados que exportaba a países del Caribe, tenga que
comprar leche en México. Y una pregunta más jodida todavía, cómo es que en un
país que tiene tres mil kilómetros de costa en línea, con una flota pesquera
importante, se tenga que comprar sardinas y atún a México.
Otras intrigas se refieren a porqué carajo el dinero
de las cajas Clap se deposita en cuentas personales; y a veces pasan hasta un
mes cuando el personaje afortunado, generalmente algún bandido del Psuv, pague
o reciba las cajas. Cómo es que unos tienen derecho a las cajas y otros no, si
todos son venezolanos, como si eso fuera un pase de factura del responsable de
la UBCH que se arrecha con el que reclama y lo deja de último, o le saca
productos. Cómo es que, si es tan fácil ponerle una banda adhesiva con un sello
a la caja, con un letrero que diga “no aceptar si está abierta”, las cajas no
traen ningún sistema de seguridad.
En un barrio de Valencia, uno de esos personajes
“camaradas” paga de su bolsillo las cajas. O sea que tiene plata el pana. Y,
además, figura como la persona más samaritana porque es después que entrega la
caja que le cobra a sus vecinos, para el que no tiene al momento de cobrar.
Resulta que el bondadoso personaje, si en tres días no le han pagado la caja,
le elimina el derecho al beneficiario, por lo que se queda con la caja. Esta
vez fue con diez cajas. Es decir, que tuvo en su poder 40 kilos de arroz, 20
kilos de leche, 5 kilos de pasta, diez potes de mayonesa, diez de salda de
tomarte, 40 kilos de lentejas, 40 kilos de frijoles, 30 kilos de harina de
maíz, 20 kilos de harina de trigo y paro de contar. Si usted, amigo lector, se
da una vuelta por la Monumental al sur de Valencia, o por la avenida La Feria y
sus alrededores, encontrará a los bachaqueros vendiendo leche subsidiada del
gobierno a un millón, aceite a un millón, arroz a 600 mil y así sucesivamente.
Un humildito líder de una comunidad, muy buena gente, haciéndose millonario.
Gobierno pendejo.
Yo no puedo creer que estas alturas no se hayan creado
un mecanismo de seguridad para las cajas Clap; y no habrá forma de evitar la
corrupción, si no se convoca al poder popular, que es quien conoce a la
comunidad y tiene capacidad para contrarrestar los actos de corrupción.
Cuando Nicolás indicó que las cajas debían entregarse
cada quince días, lo primero que se debió hacer fue diseñar una campaña para
enseñar a la gente a manejar un mercado en ese tiempo. Y después, garantizar
que las personas más capacitadas fueran las que manejaran esa frecuencia de
tiempo, a fin de lograr no solo que se cumpliera, sino que se ampliara la venta
de cajas a más familias. Y, además, a un precio que se parezca a la realidad.
No pagar 27.000 bolívares por una caja de alimentos, que en precio de la calle
cuesta unos diez millones, porque ya sabemos que una chupeta cuesta 30.000.
Pero es obvio que nada de eso va a ocurrir. El negocio
es demasiado arrecho. Genera demasiadas ganancias.
Caminito de
hormigas…
Pobre Chávez: un cuaderno cuesta 500.000, un
lápiz 35.000, una hoja de examen 10 mil, un par de zapatos de diez millones
para arriba. Si el gobierno, los gobernadores y los alcaldes, se dieran un
paseo por las comunidades, detectarían de inmediato la gigantesca y muy
preocupante deserción escolar. Pobre Chávez.
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