Por: Roberto Hernández Montoya
Cuídate de los lunes. Ese día se aglomera la guerra de desmoralización que nos infligen, con sus sorpresas de hostigamiento ordinario: sabotajes, acaparamiento, especulación insolente y demás operaciones sicológicas de desesperanza. Mientras proso estas notas el Metro de Caracas está detenido, con el consiguiente caos. Por ejemplo.
¿Por qué si la empresa privada es Dios tiene acaparado o carísimo todo y el gobierno, que es el Diablo, ha adjudicado más de dos millones de viviendas? Es por una duda que tengo.
Es parte de la industria mundial del guayabo, que ha instalado en Venezuela un vergel privilegiado, con un fariseísmo impecable: el Imperio produce la precariedad de alimentos, medicinas y demás, mediante el bloqueo financiero y entonces proclama la emergencia humanitaria ideada para conducir a la misma intervención militar que ha originado prosperidad y dicha en Libia, Haití, Afganistán, Irak, Siria, Yemen y otros emporios, ¿verdad?
He allí el algoritmo que propinan a Venezuela: guarimba, puputovs, quema callejera de gente viva, terrorismo, precarización, hiperinflación e imbecilidad inducidas. Todo eso hubiese culminado con una obra maestra del terrorismo si el atentado del 4 de agosto no se hubiese truncado, con el ameno espectáculo de cuerpos despedazados danzando por los aires, transmitido en vivo, en cadena nacional y luego machacado por la hegemonía mediática global como Triunfo Glorioso de la Libertad. Con la «mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política», que soñaba Bolívar en Angostura.
Porque a eso hubiera conducido esa celestial escabechina, pregúntale a Julio Borges para que te lo explique clarito con su embriagadora prosa poética. Jaime Bayly también sirve —es para lo único que sirve. Ah, el marqués y Nobel Vargas Llosa dedicaría más de un refulgente artículo en El País a regocijo tan glorioso y tumultuario para grandes y chicos. Los heroicos drones del 4 de agosto hubiesen conducido a la Jubilosa Apoteosis de Venezuela. Tu felicidad y la de nuestra descendencia sería infinita. Solo igualada por el alborozo que reina en las calles de Libia. Laudate Dominum!
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