Ricardo Arturo Salgado Bonilla
En nombre de la
libertad de expresión, los medios de comunicación alcanzaron en el siglo
XXI niveles de manipulación tales que hoy son los canales ideológicos
de las clases dominantes por definición. Su labor cotidiana, produce más
miedos, odios, resentimientos e inmovilidad que información; y esto
produce más víctimas que cualquier guerra en el mundo.
Alcanzando el paroxismo
de la cosificación en favor del dios mercado, los medios de
comunicación y muchos grupos de periodistas se han constituido en
carteles más peligrosos que ningún otro del crimen organizado. Han
sobrepasado los conceptos tradicionales de la propaganda para
convertirse en los agentes que provocan las agendas nacionales e
internacionales, al servicio de los sectores más poderosos y
conservadores del planeta, en negocios que implican miles de millones de
dólares y privilegios incalculables.
Estos carteles de la
comunicación se han encargado de reconfigurar la cultura, la
idiosincrasia, la moral y la ética. Estas últimas dos reservadas hasta
hace poco al ámbito de la religión. Con la globalización ha venido
también la concatenación de esfuerzos de dominación hegemónica a través
de estos medios que hoy definen héroes y villanos en cada parte del
planeta, y moldean el lenguaje a la medida de los intereses que
representan.
Por esa razón el
conflicto en Yemen se neutraliza, ocultando al agresor saudita, o la
victima de guerra palestina se vuelve merecedor del “castigo” sionista.
También así es que se legitima la intervención gringa en las aguas
territoriales chinas, o se producen como salidas de un molde
“primaveras” en lugares tan distantes como Ucrania y Egipto, o Túnez y
Guatemala. Ya las sociedades pueden prescindir de jueces o complejos
sistemas de justicia; el bien y el mal, así como la culpabilidad o
inocencia son definidos en el tribunal de los medios de comunicación.
Habiendo convertido a
los periodistas y comunicadores en sicarios de la información, estos a
su vez han constituido la maquinaria más grande de extorsión que existe
sobre el planeta. Sin ese factor, Lilian Tintori no existiría en el
imaginario de muchos pueblos como la heroína sacrificada que lucha por
la libertad de su marido, y tampoco sería posible Keiko Fujimori, ni
Micheletti héroes para una buena parte de gente en el continente.
Es critico entender que
estos comunicadores no necesitan ni decir la verdad, ni saberla, eso es
inmaterial. Pueden decir las mayores idioteces, o hablar en lenguaje
rimbombante que no entienden. Su tarea es implantar no transmitir. De
esa forma los actos más deleznables se ven normales o se le imputan a
cualquier transeúnte involuntario. Si en el siglo XX vendieron el anti
comunismo en combo con el “sueño americano”, hoy son prodigios creadores
de pesadillas, conformismo, miedo y resignación.
Y ese papel tiene una
función principal, aislar el conocimiento, convertirlo en un privilegio.
Por eso ni la opinión crítica, ni siquiera la opinión propia, están en
discusión. Del mismo modo se relega a los intelectuales y académicos a
círculos de confinamiento donde las ideas permanecen convenientemente
distantes de las masas que cada día que pasa se sienten más sedientas de
escándalos, shows, chismes, rumores, y calumnias, al tiempo que pierden
toda capacidad de asombro ante las cosas más horrendas.
Esto es un tema
preocupante que debe llamar a la reflexión orgánica, sistemática y
global. Toda la pudrición ideológica del sistema se multiplica y es
recibida con beneplácito por el público receptor, sin percibir su
condición de víctima. Debemos entender esto como una parte central de
nuestra lucha por la emancipación. No podemos seguir preguntándonos la
razón por la que los pueblos son conformistas, o votan en contra de
ellos mismos.
La actividad política
hoy no puede ignorar este hecho, menos aun cuando se proponen cambios
profundos en favor de los pueblos. Todo nuestro continente, en especial
nuestros proyectos de liberación, son blancos directos y permanentes de
esta maquinaria ideológica sostenida en los avances tecnológicos.
El caso de Venezuela es
el más significativo. Aunque la escases, la falta de alimentos, la
corrupción, los errores administrativos, y muchos otros problemas son
infinitamente más graves en países como Mexico y, Honduras, por
mencionar dos, pero los pueblos del continente se tragan toneladas de
basura anti bolivariana todos los días, sin percatarse de que ellos
mismos,cientos de millones en nuestros países, nunca han usado papel
higiénico, o no pueden hacer colas en supermercados por falta de dinero,
o que nunca han tenido acceso a una vivienda digna.
Es tan extremo el
asunto que el presidente de Honduras en su propaganda reclama como
grandes éxitos cuatro láminas de zinc, un poco de cemento en el piso, y
un fogón de ladrillos; según el eso es vida digna. Pero el hecho de que
nuestros pueblos se escandalicen por los anaqueles vacíos en los
comercios en Venezuela, y no se fijen en los anaqueles de sus casas
eternamente vacíos, no es casualidad. Existe una construcción ideológica
al lado de la guerra económica que magnifican como una potente lupa los
problemas que viven los venezolanos, aunque los mantengan invisibles en
el resto del mundo.
No hace mucho tiempo
se regó como pólvora en las redes sociales la noticia de un alcalde en
Mexico que buscando su reelección admitió sin vergüenza alguna que era
corrupto y que si robaba. Poco después, la noticia era que había logrado
su reelección de manera holgada. Hasta el mismo crimen organizado ocupa
amplios espacios mediáticos para “normalizar” una cultura particular,
que tiene como centro la violencia que comparte con la cultura yanqui. En
nuestros procesos políticos hemos apostado a llevar a su máxima
expresión la opinión popular. Posiblemente sea necesario redefinir el
significado de “libertad de expresión”. ¿El derecho a ser informado
pertenece al pueblo, o es un privilegio de las clases dominantes? Esas
interrogantes tienen gran relevancia y la seguirán teniendo en las
décadas que vienen. ¿No deberían los pueblos, entonces, tener la opción
de ser consultados sobre lo que quieren que hagan quienes informan?
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