sábado, 3 de septiembre de 2016

La miseria en los medios de comunicación

 
Ricardo Arturo Salgado Bonilla
 
En nombre de la libertad de expresión, los medios de comunicación alcanzaron en el siglo XXI niveles de manipulación tales que hoy son los canales ideológicos de las clases dominantes por definición. Su labor cotidiana, produce más miedos, odios, resentimientos e inmovilidad que información; y esto produce más víctimas que cualquier guerra en el mundo. 

Alcanzando el paroxismo de la cosificación en favor del dios mercado, los medios de comunicación y muchos grupos de periodistas se han constituido en carteles más peligrosos que ningún otro del crimen organizado. Han sobrepasado los conceptos tradicionales de la propaganda para convertirse en los agentes que provocan las agendas nacionales e internacionales, al servicio de los sectores más poderosos y conservadores del planeta, en negocios que implican miles de millones de dólares y privilegios incalculables.

Estos carteles de la comunicación se han encargado de reconfigurar la cultura, la idiosincrasia, la moral y la ética. Estas últimas dos reservadas hasta hace poco al ámbito de la religión. Con la globalización ha venido también la concatenación de esfuerzos de dominación hegemónica a través de estos medios que hoy definen héroes y villanos en cada parte del planeta, y moldean el lenguaje a la medida de los intereses que representan.

Por esa razón el conflicto en Yemen se neutraliza, ocultando al agresor saudita, o la victima de guerra palestina se vuelve merecedor del “castigo” sionista. También así es que se legitima la intervención gringa en las aguas territoriales chinas, o se producen como salidas de un molde “primaveras” en lugares tan distantes como Ucrania y Egipto, o Túnez y Guatemala. Ya las sociedades pueden prescindir de jueces o complejos sistemas de justicia; el bien y el mal, así como la culpabilidad o inocencia son definidos en el tribunal de los medios de comunicación.

Habiendo convertido a los periodistas y comunicadores en sicarios de la información, estos a su vez han constituido la maquinaria más grande de extorsión que existe sobre el planeta. Sin ese factor, Lilian Tintori no existiría en el imaginario de muchos pueblos como la heroína sacrificada que lucha por la libertad de su marido, y tampoco sería posible Keiko Fujimori, ni Micheletti héroes para una buena parte de gente en el continente.

Es critico entender que estos comunicadores no necesitan ni decir la verdad, ni saberla, eso es inmaterial. Pueden decir las mayores idioteces, o hablar en lenguaje rimbombante que no entienden. Su tarea es implantar no transmitir. De esa forma los actos más deleznables se ven normales o se le imputan a cualquier transeúnte involuntario. Si en el siglo XX vendieron el anti comunismo en combo con el “sueño americano”, hoy son prodigios creadores de pesadillas, conformismo, miedo y resignación.

Y ese papel tiene una función principal, aislar el conocimiento, convertirlo en un privilegio. Por eso ni la opinión crítica, ni siquiera la opinión propia, están en discusión. Del mismo modo se relega a los intelectuales y académicos a círculos de confinamiento donde las ideas permanecen convenientemente distantes de las masas que cada día que pasa se sienten más sedientas de escándalos, shows, chismes, rumores, y calumnias, al tiempo que pierden toda capacidad de asombro ante las cosas más horrendas.

Esto es un tema preocupante que debe llamar a la reflexión orgánica, sistemática y global. Toda la pudrición ideológica del sistema se multiplica y es recibida con beneplácito por el público receptor, sin percibir su condición de víctima. Debemos entender esto como una parte central de nuestra lucha por la emancipación. No podemos seguir preguntándonos la razón por la que los pueblos son conformistas, o votan en contra de ellos mismos.

La actividad política hoy no puede ignorar este hecho, menos aun cuando se proponen cambios profundos en favor de los pueblos. Todo nuestro continente, en especial nuestros proyectos de liberación, son blancos directos y permanentes de esta maquinaria ideológica sostenida en los avances tecnológicos.

El caso de Venezuela es el más significativo. Aunque la escases, la falta de alimentos, la corrupción, los errores administrativos, y muchos otros problemas son infinitamente más graves en países como Mexico y, Honduras, por mencionar dos, pero los pueblos del continente se tragan toneladas de basura anti bolivariana todos los días, sin percatarse de que ellos mismos,cientos de millones en nuestros países, nunca han usado papel higiénico, o no pueden hacer colas en supermercados por falta de dinero, o que nunca han tenido acceso a una vivienda digna.

Es tan extremo el asunto que el presidente de Honduras en su propaganda reclama como grandes éxitos cuatro láminas de zinc, un poco de cemento en el piso, y un fogón de ladrillos; según el eso es vida digna. Pero el hecho de que nuestros pueblos se escandalicen por los anaqueles vacíos en los comercios en Venezuela, y no se fijen en los anaqueles de sus casas eternamente vacíos, no es casualidad. Existe una construcción ideológica al lado de la guerra económica que magnifican como una potente lupa los problemas que viven los venezolanos, aunque los mantengan invisibles en el resto del mundo.

No hace mucho tiempo se regó como pólvora en las redes sociales la noticia de un alcalde en Mexico que buscando su reelección admitió sin vergüenza alguna que era corrupto y que si robaba. Poco después, la noticia era que había logrado su reelección de manera holgada. Hasta el mismo crimen organizado ocupa amplios espacios mediáticos para “normalizar” una cultura particular, que tiene como centro la violencia que comparte con la cultura yanqui. En nuestros procesos políticos hemos apostado a llevar a su máxima expresión la opinión popular. Posiblemente sea necesario redefinir el significado de “libertad de expresión”. ¿El derecho a ser informado pertenece al pueblo, o es un privilegio de las clases dominantes? Esas interrogantes tienen gran relevancia y la seguirán teniendo en las décadas que vienen. ¿No deberían los pueblos, entonces, tener la opción de ser consultados sobre lo que quieren que hagan quienes informan?

 

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