Rafael Rodríguez Olmos
Cuando un paquete de 20
salchichas cuesta 106.000 bolívares, eso no indica otra cosa sino la crisis en
la que se ha sumergido el país. Es decir, que una salchicha cuesta 5.300 bolos,
cuatrocientas veces más de los que costaba el paquete hace dos años.
Cuando un teléfono celular cuesta
hasta 14 millones de bolívares, es decir, 14.000 millones de los viejos, eso
indica la atrofia de la economía, la ausencia total de un norte que oriente a
los componentes del coso económico venezolano. Y eso lleva a los estados de la
inflación en los que nos encontramos, que algunos, exageradamente, lo ubican en
5.000%.
Y cuando una gandola de gasolina
de 36.000 litros, cuesta menos que un cartón de huevos, contando solo el valor
de la gasolina al precio de venta, es decir, un bolívar por litro, sin tomar en
cuenta los costos de producción que es mucho más de un bolívar, el valor de la
gandola, el valor de los cauchos, batería, filtros, aceite, repuestos; más el
salario del gandolero, es una muestra inequívoca de que el gobierno están
entrampado. Desde hace cuatro años no sabe qué hacer con la economía, más allá
de la vendimia de los Clap que no es, desde luego, una política económica.
Ello para mencionar las cosas
grosso modo, y no ir a especificaciones que tomarían escribir un libro
completo, donde obligatoriamente habría que incluir la masificación de la
corrupción y su comportamiento ya como una cultura de los venezolanos; sumado a
la militarización de la distribución de los alimentos, que ha sido uno de los
mayores fracasos del gobierno, porque en esencia no se ha resuelto nada, más
allá de entregarles la cajas Clap a quizás un 15% de la población, aunque soy
un convencido de que esa entrega ha sido a menos de un 10%. Números más,
números menos, es un fracaso igual.
Si usted amigo lector se tomara el
tiempo para caminar las zonas industriales de Valencia, una de las ciudades
cinco más importantes del país, le entraría una garra en el estómago. Recordaría
aquellas películas del viejo oeste donde por los pueblos abandonados, pasan
rodando las bolas de monte impulsadas por el viento. En un país que necesita
una reactivación total de industria, las pocas empresas que aún funcionan, a un
10 o 20 por ciento de su capacidad, tienen en sus portones más del doble de los
empleados, a cientos de hombres y mujeres esperando un chance para entrar a
trabajar. Eso es real, y creo que lo que más me molesta cuando digo esto, es
que aparezca algún imbécil camarada a decirme que estoy con el enemigo por
decir las cosas que veo todos los días; y ver niños que -en caso de comer- solo
ingieren arroz, pasta y harina, es decir, la mierda de la alimentación, pero es
lo que llena. Nada de proteínas, nada de calorías, nada de sales, nada de
vitaminas, componentes todos que, en el caso de los niños, son esenciales para
el crecimiento, desarrollo del cerebro, los huesos y músculos. He estado en
hogares donde la comida, la única de todo el día, ingerida a las ocho de la
noche es un plato de pasta, con dos cucharadas de salsa de tomate. Y cuando ese
niño tenga 20 años, es lento, de mirada perdida, no entiende, por supuesto, no
comió nada que le desarrollara el cerebro. Hay cantidades de estudios al
respecto.
¿Quién dijo que no había una
guerra económica? Creo que fui uno de los primeros en escribirlo. Las fábricas,
en ese momento, no cerraron, pero disminuyeron al mínimo la producción, y el
gobierno lo supo y no pudo hacer nada, como no lo ha podido hacer hasta ahora.
¿Quién dijo que el enemigo no vendría a golpear por allí? Cuando comenzaron a
escasear la leche en tiempos de Chávez, fue el primer sabotaje, pero Maisanta
reaccionó de inmediato. Mercal es la más impresionante estructura de
distribución de alimentos del mundo, y a ello les sumó Pdval y toda una gama de
mecanismos para distribuir alimentos sin que ocurriera el desastre que estamos
viviendo. Además, incluyó en esa estrategia -allí sí había toda una estrategia-
la reserva de tres meses de alimentos del país, lo que se hizo por primera vez
en toda la historia de esta Venezuela que tanto amamos. Reserva que se consumió
en el primer semestre del primer año del pana Nicolás.
Recuerdo que hace como seis
meses, en una entrevista, Jesús Farías dijo que en tres meses la economía
volvería a su rumbo. Miren por donde vamos, un tubo de pasta de dientes cuesta
99.000, perdón, no cuesta, está marcado en ese precio y a ese precio hay que
pagarlo.
Y es que el gobierno sigue sin
entender que la economía no solo es una cadena que destroza al más pequeño,
sino que ahora es más neoliberal, porque los grandes se tragaron a los pequeños.
¿Qué pequeño que no sea importador soporta el precio de las materias primas
para trabajar? ¿Qué pequeño que no sea importador, no traslada ese aumento de
precios al valor final de la mercancía? Y viene la pregunta obligada: ¿es el
pequeño el culpable, si no maneja grandes inventarios, no importa materia
prima, no tiene cercanía -porque no puedo pagarlos- con los poderosos del
gobierno?
El aumento salarial, que es una
aberración de la economía, pero sin duda totalmente justo, en su esencia no
sirve, porque no viene acompañado de medidas contención del mercado de la
oferta, y el mercado de la oferta, está desgraciado por los poderosos, que a su
vez están vinculados a quienes tienen poder en el gobierno. Entonces, ¿quién
desaparece primero? El que tiene diez empleados y no puede pagar 189 mil de
cesta ticket, pero resulta que es el mayor empleador. Hasta yo, que soy tan
bruto en estos menesteres, lo entiendo clarito. ¿Por qué el gobierno no?
Y por supuesto, tenemos una
Asamblea Nacional Constituyente, que no ha hecho ABSOLUTAMENTE NADA, a tres
meses de instalación. Yo me pregunto si eso es una política, o es que realmente
no saben qué hacer. Y no me venga algún imbécil camarada, que por cierto
abundan, a decirme que si decidieron que el juez tal, o el Tribunal Supremo tal
vaina, o no sé cuántas pendejadas más. Esos son subterfugios de la política,
“avatares”, diría el viejito Miguel, pero no está en esa inmovilidad de la ANC,
un profundo debate de qué carajo hacer con la economía, que es el problema
real.
Por años he dicho que la
oposición no existe. Creo que lo decía casi todos los días en mi programa de
radio. La oposición como concepto nunca estuvo en Venezuela. Solo existían un
grupo de pandilleros que encarnaron a la gente descontenta. Nada más. El 15O lo
evidenció. La gente quiere paz y quiere seguir con su gobierno, y le acaba de
dar un nuevo voto de confianza a este gentilicio llamado chavismo. Pero todo
sabemos que la paciencia tiene un límite.
Estoy de este lado de la lucha
social y política mucho antes de que apareciera Chávez. Por lo que no está ni
en mis genes, ni en mi conducta ni en mi conciencia, abandonar en donde he
estado toda mi vida. El viejo Miguel jamás me lo perdonaría donde quiera que
esté. Esto por si aparece algún imbécil camarada a decirme traidor, aunque
Parra llegó a decirme agente de la CIA. Pero comienzo a sentir que el chavismo
implosionará, y eso me resulta extremadamente preocupante, porque creo que el
gobierno no saldría a darle a esa implosión una respuesta más allá de la
represión. Siempre quiero estar equivocado cuando estas cosas. Ojalá y así sea,
en bien del proceso y del pueblo que en su esencia es lo único importante. Pero
nunca he tenido dudas de que si no se llama al pueblo a participar, si no se le
da al poder popular el protagonismo que le compete, sin ninguna duda, no
avanzaremos. Como decía Maisanta, solo el pueblo salva al pueblo.
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