César Hildebrandt
No llegó Donald Trump
Qué pena. Sus viudas más notorias, los presidentes de Argentina y Chile, deben estar muy tristes. En su lugar ha llegado el fantasmal vicepresidente Mike Pence, que, en materia de ideas, también se sienta a la diestra de Gengis Kan.
Nunca supe para qué sirven estas cumbres. Lo que sí sé es que de ellas, hasta ahora, no ha salido jamás un documento importante, un acuerdo histórico, un replanteamiento de la agenda americana.
Ingenuo de mí. ¿Qué replanteamiento puede haber si quienes participan en estas citas son, por lo general, seguros servidores de ese orden mundial impuesto suasoriamente o, cuando se hace necesario, a milicas patadas?
Claro que ha habido ejemplos de la otra orilla: el señor Chávez, que creía que el socialismo del siglo XXI consistía en traerse abajo la economía corrompiendo PDVSA y entregándole el legado a un analfabeto; los Kirchner, que incrementaron diez veces su patrimonio mientras repartían dinero impreso apresuradamente; el señor Ortega, que terminó pactando con quien se prestara a suscribir el programa del sandinismo olvidado que era el suyo; el señor Lula, que recibió donaciones inmobiliarias y encubiertas de las empresas corruptas que él mismo había potenciado con la idea de que Brasil tenía que ser una potencia regional a toda costa... Todos estos nombres demuestran que la mugre no es patrimonio de la derecha y que la izquierda clásica -la paternalista, la dadora, la populista- es otro cadáver empecinado en tocamos la puerta.
No será esa izquierda la que necesitará el futuro. La del futuro será una izquierda verde y mundial, una que devuelva al pueblo los derechos perdidos, una que altere definitivamente la relación del hombre con los recursos naturales, una que demande de los medios nuevos códigos e impida que los Murdoch (y sus equivalentes nativos) se constituyan en fábricas de valores y modelos a emular, una que, en suma, destituya la idea de que somos el non plus ultra de la creación, los plenipotenciarios de un planeta que nos odia desde hace décadas.
Ser de izquierda será en el futuro un gesto de sobrevivencia. La codicia nos ha puesto en el punto de partida de la extinción humana y la codicia es el distintivo ancestral de las derechas.
Para cualquier lector mediocre de historia está claro que nos encontramos en la etapa final de una civilización fallida. La diferencia es que esta vez no se trata de la muerte de un imperio geográficamente delimitado.
No es Mesopotamia la que colapsa. No es Egipto el que está cayendo. No es Roma la que cae. No es el imperio británico el que desaparece. Es el primer imperio universal el que se desploma ante nuestras narices insensibles y frente a nuestra ceguera voluntaria. Es el fracaso del “desarrollo infinito”, de la tecnología salvadora, de la aldea global que amansa y cose y supera las contradicciones. Es la muerte simbólica de Francis Fukuyama, amén.
El ecumenismo liberal ha fracasado. Y ha fracasado no porque carezca de brillantes voceros y de prestigio académico. Lo ha hecho porque a estas alturas resulta una doctrina torpe y diminuta frente al desafío que enfrentamos. Vamos camino a hacer inhabitable la roca azulada que nos tocó en suerte, vamos rumbo a la inviabilidad social de las grandes ciudades, nos deslizamos a un mundo donde la brutalidad es un goce, la crueldad una virtud, la corrupción una norma, la injusticia un destino, la intolerancia un atajo. El ecumenismo liberal ha terminado creando en todas partes nacionalismos rabiosos que aman un pasado ilusorio y neofascismos agresivos que reclaman el regreso de un orden racista y excluyente.
Lima, ciudad ingobernable, una cumbre de gobernantes que, en el fondo, nada importante pueden decidir porque están secuestrados por el orden mundial. Ese orden mundial ya no sirve para nada y ha sido roto constantemente por las grandes potencias, especialmente por los Estados Unidos. Y América Latina es la barra mercenaria, la claque de esa obra mil veces puesta, de esa producción que está en harapos y plagada de actores que se pudrieron en el escenario.
Mientras tanto, Donald Trump escribe esto: “Rusia se compromete a derribar todos los misiles disparados contra Siria. Prepárate Rusia porque estarán llegando unos lindos, nuevos e inteligentes...”. Y este líder apocalíptico, este salvaje dispuesto a todo, dirige el aparato militar más destructivo de la tierra. Cuando dice cosas como la que acabo de citar yo pienso en Cayo Julio César Augusto Germánico amenazando, con los recursos cuchilleros de entonces, a los mauritanos. Como sabemos, aquel emperador romano pasó a la historia con el nombre de Calígula. Y Roma, en su época, estaba en plena decadencia.
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