martes, 19 de marzo de 2019

CRISIS Y LUCHA DE CLASES

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Pueden las huelgas y las luchas obtener concesiones que no se desvanezcan inmediatamente? ¿Hay posibilidad de mejoras «permanentes» o al menos intergeneracionales? ¿Es la crisis el motor de la combatividad? ¿Aumenta la consciencia al ganar concesiones?
¿Perduran las «conquistas salariales»? ¿Es posible obtener mejoras intergeneracionales? ¿Qué podemos aprender del desarrollo de las huelgas durante los últimos 50 años?

1. ¿Es posible obtener concesiones que no se desvanezcan inmediatamente?
El «milagro español» no fue en absoluto diferente de otros «milagros» de la postguerra mundial. La inmensa destrucción de capital fijo que supuso arrasar Europa, Japón y otras regiones altamente industrializadas hizo posible un largo ciclo de acumulación que vino a acabar en los años setenta. Desde entonces, los periodos de recesión y crisis se han sucedido siendo cada vez más largos, materializando la tendencia permanente a la crisis en la decadencia de un capital que no encuentra mercados suficientes en los que realizar la plusvalía y por tanto tampoco ocupaciones productivas para los nuevos capitales acumulados. Una carencia de la que solo sale temporalmente cuando consigue entrar en nuevos mercados (la «expansión» latinoamericana de los 80), huyendo hacia el crédito y produciendo una exhuberancia de capital ficticio (el «boom» especulativo de los 2000).
¿Quiere esto decir que los salarios reales cayeron cada vez más? No. Hasta la crisis actual, en la que se ha producido el periodo de baja de los salarios más prolongado desde la postguerra, los periodos de caída de los salarios medios fueron compensados por las subidas en los periodos de crecimiento.
Aunque supuesto hay un elemento más: el paro, que ha marcado el verdadero ritmo de las dificultades del capital. A fin de cuentas, el paro es puro derroche desde el punto de vista capitalista, la medida de la incapacidad del capital para explotar a toda la fuerza de trabajo.
En términos relativos al capital, lo que sí ha sido constante ha sido el retroceso de los salarios, el capital variable. Dicho de otra manera: el porcentaje que representan los salarios sobre el total ha sido cada vez más bajo y el del capital más alto.
¿Cuál es la conclusión? El capital puede aumentar la masa salarial siempre que en términos relativos decrezca en relación a las rentas del capital. Es decir, puede haber concesiones relativamente perdurables en términos salariales -para los que resten trabajando- e incluso en términos globales.
La creencia de que el capitalismo nada puede crear ni conceder una vez alcanzada su fase decadente, viene rodando de texto en texto, desde los de Lenin y Trotsky hasta los de Internationalism y otros grupos afines o adversos, los trotskistas actuales englobados. Y desde entonces, una y otra vez los hechos han demostrado lo contrario. Pareció verdad durante algún tiempo, en el intervalo de las guerras imperialistas, pero esta segunda post-guerra ha presenciado un auge enorme del capital y por consecuencia del capital variable, o sea de la masa salarial. Ha habido aumento del consumo de cada obrero, al mismo tiempo que una pauperización tremenda relativamente a la totalidad de la riqueza social. Negar lo primero es pseudomaterialismo, es acomodar los hechos a una idea, que se revela así prejuicio.
Lío teórico y netitud revolucionaria. 1973
Eso sí, en los periodos de crisis, cuando las rentas del capital caen, los salarios reales caerán más que proporcionalmente y el desempleo crecerá. Si en esos momentos la resistencia de las luchas planta cara, las concesiones serán -como en los 70- barridas por la inflación y los cierres (como en los 80).

2. ¿Hay posibilidad de mejoras «permanentes» o al menos intergeneracionales?

La cuestión es que estos periodos de crisis son cada vez más largos, y en ellos y tras ellos cada vez tardan más en recuperarse tanto los salarios como el empleo. En conjunto el resultado que observamos es que, aunque no es cierto que «el capitalismo nada puede crear ni conceder», las concesiones y mejoras obtenidas por el conjunto de la clase se ven erosionadas gravemente en los periodos de crisis, cada vez más largos, y tienden a desaparecer. Por eso no es de esperar ya que «los hijos vivan mejor que los padres y estos que sus abuelos».
Las tendencias permanentes hacia la crisis tienen su origen en la naturaleza misma de la plusvalía: el mercado que el capitalismo necesita para poder realizar el valor creado y proseguir la acumulación siempre es mayor que el creado por los salarios. Y como sistema, como globalidad, el capitalismo ya no tiene donde «expandirse». Solo puede devorarse a sí mismo, es decir devorarnos. El capitalismo no puede evitar las crisis del mismo modo que no puede evitar que su propia forma de organización en capitalismos de estado bajo condiciones de ahogo del capital, produzca una exacerbación de las tendencias hacia la guerra.
Los periodos de crisis son cada vez más largos y se comen las mejoras obtenidas anteriormente por el conjunto de la clase. Como no hay reforma posible que evite las crisis no cabe pensar en mejoras intergeneracionales

2. ¿Hay posibilidad de mejoras «permanentes» o al menos intergeneracionales?

La cuestión es que estos periodos de crisis son cada vez más largos, y en ellos y tras ellos cada vez tardan más en recuperarse tanto los salarios como el empleo. En conjunto el resultado que observamos es que, aunque no es cierto que «el capitalismo nada puede crear ni conceder», las concesiones y mejoras obtenidas por el conjunto de la clase se ven erosionadas gravemente en los periodos de crisis, cada vez más largos, y tienden a desaparecer. Por eso no es de esperar ya que «los hijos vivan mejor que los padres y estos que sus abuelos».
Las tendencias permanentes hacia la crisis tienen su origen en la naturaleza misma de la plusvalía: el mercado que el capitalismo necesita para poder realizar el valor creado y proseguir la acumulación siempre es mayor que el creado por los salarios. Y como sistema, como globalidad, el capitalismo ya no tiene donde «expandirse». Solo puede devorarse a sí mismo, es decir devorarnos. El capitalismo no puede evitar las crisis del mismo modo que no puede evitar que su propia forma de organización en capitalismos de estado bajo condiciones de ahogo del capital, produzca una exacerbación de las tendencias hacia la guerra.
Los periodos de crisis son cada vez más largos y se comen las mejoras obtenidas anteriormente por el conjunto de la clase. Como no hay reforma posible que evite las crisis no cabe pensar en mejoras intergeneracionales

3. ¿Es la crisis el motor de la combatividad?

Siempre se tiende a pensar que la crisis, al generar en el capital el reflejo inmediato del recorte salarial, los despidos y la precarización, es el factor determinante de la combatividad. Pero la verdad es que ni siquiera fue así en los años de la «bonanza» postbélica.
¿Cómo puede ser que en 1967 y 1973, años en los que incrementa el crecimiento sean los de mayor combatividad aun bajo las condiciones de represión del franquismo? La mayor parte de las tendencias políticas de la época tampoco lo entendían, ni habían entendido siquiera por qué en 1962 en España y 1968 en Francia, sin mediar crisis, se había abierto una oleada global de huelgas de masas.
No comprenden que pueda haber sublevación del proletariado y revolución, sino por una catástrofe económica que produzca necesariamente la consciencia revolucionaria en millones y millones de trabajadores hambrientos. Contemplan la revolución como resultado del no funcionamiento del sistema, en lugar de verla como respuesta a su funcionamiento, dicho con mayor exactitud, a la exorbitancia de sus características funcionales. Debido a ello, no porque sea incapaz de mantener en su actual nivel la esclavitud salarial, el capitalismo es ya un tipo de civilización nocivo y atentatorio al devenir inmediato de la humanidad. La decadencia se manifiesta en que sus virtudes de ayer se convierten, tanto como sus defectos, en otras tantas llagas purulentas que reclaman el hierro cauterizante de la acción proletaria.
Lío teórico y netitud revolucionaria. 1973
NÚMERO DE HUELGAS EN ESPAÑA DESDE 1975
Es más, la oleada se mantiene cuando reaparece la crisis en 1973. Y sin embargo, en el histórico de huelgas desde 1975 vemos el inmediato impacto de la transición y la ilusión democrática sobre las oleada de huelgas de los setenta, un retomar en los 80 que enfrenta las reconversiones y que decae ante la trampa sindical del «no hay nada que ganar si la empresa no es rentable» para recuperarse, brevemente, en toda una serie de paros que adornaron la negociación de las prejubilaciones de la segunda reconversión industrial a principios de los 90. Desde entonces, desaparece la correlación con PIB, con desempleo, con salarios reales, etc. ¿Y entonces qué mueve a la lucha de clases si las condiciones objetivas están dadas? Las condiciones subjetivas.
Las condiciones objetivas de la revolución comunista no bastan para garantizar su victoria, y la condiciones subjetivas no serán necesariamente engendradas por las primeras. Las condiciones subjetivas no son otra cosa que la conciencia teórica de la experiencia anterior y de las posibilidades máximas ofrecidas al proletariado; es el conocimiento anhelante de acción humana y listo para mudar su existencia subjetiva en existencia objetiva.
Partido-estado, stalinismo, revolución. 1976
Y lo que opera para la revolución opera a lo largo de todo el proceso. Lo que cuenta la evolución de las huelgas desde los 50 a hoy es que el principal elemento de la lucha de clases hoy es perspectiva, la intuición, la esperanza material de esas «posibilidades máximas ofrecidas al proletariado». Pero entonces…
La experiencia desde los años 60 nos muestra que no hay una relación mecánica entre los brotes de crisis y las luchas de clase. No hay combatividad sin la mínima intuición de una perspectiva superadora del capitalismo

4. ¿Aumenta la consciencia al ganar concesiones?

Otra de las lecciones de la evolución de las luchas y la combatividad es que la consciencia de clase no es evolutiva ni acumulativa. Las lecciones solo impulsan las luchas en su propio seno, es decir, en el curso de la misma lucha o de la misma oleada de luchas. La continuidad y la acumulación solo se producen en la medida en que se acendren grupos militantes capaces de servir de enzimas, de aceleradores en el siguiente movimiento.
La combatividad de la clase mana irresistiblemente, explosiva en determinados momentos, de su propio trasfondo histórico. Se cristaliza en hechos que sólo después son pensados por ella y le dan base y energía para ulteriores avances. Procede pues, en los hechos como en la consciencia, por saltos en el desarrollo, la continuidad de cuyo discontinuo ha de asegurarla su sector deliberadamente revolucionario. La propia victoria decisiva será para la mayoría de la clase una realización antes que una intención consumada. No en balde es la clase revolucionaria forjada por la historia a despecho de la opresión y el dirigismo intelectual que acompañan su vida cotidiana. Por lo mismo, en los núcleos obreros revolucionarios recae, mucho más que hace 150 años, un cometido en fin de cuentas determinante
Consciencia revolucionaria y clase para sí. 1976
Por eso Macron ha jugado a hacer concesiones antes de que cuaje un movimiento de clase a partir de los «chalecos amarillos», por eso -y porque tiene retrueque– de Sánchez a Bolsonaro suben el salario mínimo. Durante los periodos de no-crisis, vimos lo mismo con los sindicatos muchas veces. Lo importante es, a estas alturas de la decadencia y crisis capitalista, más el cómo que el cuánto, más el quién que el qué. Es preferible perder una lucha por nosotros mismos que un «triunfo» sindical o parlamentario que más temprano que tarde será anulado por la inflación, los recortes y la precarización.
Incluso una modesta reivindicación de salario –pronto nula, si no antes de obtenida– tiene significación diametralmente opuesta según sea obtenida por la representación sindicalo-capitalista o por huelga salvaje no devuelta al redil sindical. La importancia de estos movimientos reside, mucho más que en sus reclamaciones, en que contribuyen a romper el grillete sindical y a restituir al proletariado su acometividad potencialmente invencible. Más vale hoy la derrota de una huelga antisindical que cualquier victoria impartida por los sindicatos. Ésta tapona el camino a luchas revolucionarias, aquella lo va jalonando y consiente a los trabajadores una experiencia propia.
Lío teórico y netitud revolucionaria. 1973

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