Por: Roberto Hernández Montoya
Volvió la esclavitud. Bueno, nunca se fue completamente, solo se ha recrudecido. Ya el bicentenario Marx explicó que el trabajador vende su fuerza de trabajo y que sus horas de labor son de esclavitud. Él llamaba a eso reificación, es decir, cosificación, o sea, en tu horario de salario eres una cosa. Lo que pasa es que Marx sabía latín y por tanto que rei es el genitivo de res, o sea, ‘cosa’. De donde viene la palabra república, ‘la cosa pública’.
Venden gente en las calles de Libia, producto de los 20 000 bombardeos humanitarios de la archidemocrática OTAN, como imploran los vendepatrias de la oposición que hagan con Chuao, tan lejos de Dios y tan cerca de la base aérea de La Carlota. Como en Siria, si se lo permiten las defensas antiaéreas a Perro Rabioso Mattis —sugestivo sobrenombre para un ministro de Defensa.
En el Miss Venezuela hay trata de blancas. La «operación colchón» es solo parte de la mostradora de lonja, cirugías, pintas, etc., o sea, reificación pura y dura.
Facebook vendió la intimidad de 87 millones de usuarios. Imagino las risitas al paso de su dueño Mark Zuckerberg —yo estaría entre los risueños. No le arriendo la ganancia.
También está Google, que sabe de ti más que tú, porque no sabes qué información rascabucheabas en Google a las 3 pm del 23 de mayo de 2001, ponle. Google sí. Recuerda que Internet no olvida. Conoce tus gustos, inclinaciones, intimidades, preferencia sexual, más que tú mismo y tu pareja porque te ve sin ropas todo el tiempo y usa inteligencia artificial para analizarte, que ni Freud. Todo dizque para personalizar la información que te brinda y respeta tu privacidad. ¿Tú crees eso?
Ante ese follón todo el mundo dirige su mirada hacia otros servicios: Twitter, Instagram, Flickr, Tumblr, Amazon. Hasta la nube está en entredicho, como Dropbox, a cuya directiva pertenece nuestra vieja amiga Condoleeza, de grata recordación.
Los celulares acceden a tus confidencias. Apple se jacta de que no descodifica tu iPhone ni siquiera a Trump. De paso, ya usa esa información para borrarte inapelablemente programas «no autorizados». O sea, tiene una puerta trasera a tu intimidad, que no revela a nadie. ¿Tú le crees?
En la Era Wikileaks vivimos en una pecera y cualquiera te vende. Y te compra.
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