Rafael
Rodríguez Olmos
La primera tarea de un revolucionario es hacer la revolución.
Esté donde esté.
Esto quiere decir que nomás llegar a un cargo público, su
primera responsabilidad es establecer estrategias para construir una estructura
político-ideológica sólida que conduzca a la organización del poder popular, a
la postre, decisores, colectivamente, de las cosas que deban hacerse. Eso
implica una condición ético-moral, y de formación política, en el
comportamiento de quien fue designado para ese cargo, el que fuere. Ergo, si es
un militante revolucionario, ya debería saber cuál es su tarea, la que sin duda
jamás podrá ser reproducir los esquemas del sistema que intentamos acabar.
En la última contienda electoral, con menos del 50% de la
participación de los electores, en donde Nicolás sacó 1.3 millones de votos
menos que Chávez en el 2006, quedó claro que la situación del país era
complicada. Este hecho no se notó, pues fue más importante la ausencia de una
oposición caracterizada por la estupidez, la carencia de liderazgo y la falta
de propuesta en función de la construcción de una nación.
En las regionales del 2017, el chavismo se alzó con 18 de las
24 gobernaciones del país, más la del Zulia, incorporada después. Pero, además,
ganó más de 300 alcaldías ese mismo año.
Más de un año después, encontramos que gobernaciones y
municipios en manos de nuestros camaradas, no solo no han hecho nada, sino que
parecen vivir una especie de involución, donde podemos calificar, sin ninguna
duda, mucha más ineficiencia que en la Cuarta República. Es decir, cosas que
gobernaciones y alcaldías hacían regularmente de acuerdo a sus respetivas
responsabilidades, tales como una calle, una cancha deportiva, alumbrado, recolección
de basura (tema clave que debe ser tratado por sí mismo), atención a las
escuelas, organización de las comunidades, y una larga cadena de etcéteras, no
se hacen. Así, de manera tajante. Pareciera no ser problema ni de gobernadores,
ni de alcaldes. La gestión se volvió un pelmazo y al mismo tiempo, una
amalgama, o de cosas que no se hacen, o de imitaciones palurdas de la Cuarta
República en tiempos adecos y copeyanos, o sea, la reproducción, pero mala, de
lo que se hacía en la Cuarta.
Mucho más terrible es ese comportamiento que asumieron
gobernadores y alcaldes, unos, de reyezuelos; y otros, duques o señores
varones, cuya delimitación de funciones, aunque aparecen taxativamente
establecidas en la Carta Magna, se perdió en la maraña de imposiciones y
amenazas, en la vorágine de controlar todo, aunque nada sirva. El partido
terminó siendo una franquicia de mala calidad, controlada o sometida por
gobernadores y alcaldes de turno. No tiene posición, no tiene propuesta, no
tiene visión, no conduce a nadie. Es un grupo de altos panas que velan por sus
propios intereses, sin importarles en lo absoluto lo que ocurre aguas abajo, es
decir, con el pueblo.
Y si una vez más debemos hacer un balance de la gestión de
gobernadores y alcaldes, debemos decir que es desolador, triste, morsal, pobre,
mediocre y muy, pero muy patético. Si ni siquiera están haciendo lo que se
hacía ordinariamente en la Cuarta República, mucho menos debemos pensar que se
esté haciendo la revolución. Ahora todos padecen una enfermedad, incluso
Nicolás, algo así como el síndrome de no juntarse con los pobres. Ni
gobernadores ni alcaldes bajan a las comunidades, ni se producen aquellas
reuniones de otrora, cuando como reportero debíamos monitorear hasta diez encuentros
en una noche, en diferentes comunidades de la ciudad. Todas buenas, vivas,
debatibles, participativas. Eso murió hace tiempo. La razón de ello es que este
nuevo liderazgo sin formación ideológica-política, no tiene respuesta para los
problemas más ingentes. ¿Qué le pueden decir a una pobre mujer que lleva tres
meses sin gas y que debe amanecer todos los días con los hijos, uno cargado y
el otro de mano, casi arrastrándolos, para hacer una cola a ver si consigue una
bombonita de 10 kilos sin que los bachaqueros no le jodan la vida?
Y en lugar de plantearse los problemas y debatirlos con la
gente para que surjan las ideas y explote la potencialidad creativa, acuden al
más contrarrevolucionario de todos los vicios: el paternalismo, las falsas
promesas, las mentiras para quitárselos de encima, pero ninguna solución. Ni en
ninguna gobernación, ni en ninguna alcaldía, del país, se está haciendo la
revolución ¡que pretensión! Ni siquiera se está dando un proceso de liberación
nacional. Ya hasta murieron las pomposas vallas gigantes que rezaban “Bienvenido
al municipio socialista tal...”
Y no podía ser de otra forma, porque cuando vemos la gestión,
nos encontramos que ni gobernadores ni alcaldes tienen planes de gobierno. Nunca
anunciaron nada. No saben qué hacer. Sufren el síndrome de Eudomar Santos:
“conforme vaya viniendo, vamos viendo”.
Tan fácil que era aplicar el Plan de la Patria. Por mucho el
mejor plan de gobierno, el más preciso, el más coherente, el más versátil y el
más visionario. Iríamos lejos si hubiéramos comenzado hace seis años. ¿Y por
qué no lo aplicaron? Porque allí no solo se plantea el carácter antiimperialista,
democrático y socialista del proceso, sino cambios estructurales en la gestión,
en el camino de la construcción de un estado socialista. En verdad que solo los
fanáticos, celestinas, aduladores de turno, son capaces de creer que nuestros
gobernadores y nuestros alcaldes son revolucionarios. Porque de ser así, todos
deberían ser voceros de las más principistas expresiones de Hugo Chávez “comuna
o nada” y yo no veo eso por ningún lado de la geografía nacional.
En este momento, la encrucijada está extremadamente
preocupante, con un enemigo que presiona cada vez; y además esperando la
reacción de Bolsonaro. Los expertos ubican la hiperinflación entre 800.000% y
1.000.000%, que tanto recuerda a la Alemania pre Hitler de 1923. El aumento del
salario que fue apenas el 20 de agosto (hace menos de tres meses) se desahució
hace rato y no serviría de nada, aunque lo aumentaran al doble en momentos en
que un cartón de huevos cuesta 700 soberanos (70 millones fuertes), las
importaciones son boicoteadas por el Big Brother; y los bachaqueros, asociados
a militares y funcionarios inescrupulosos, complementan el cuadro más terrible
que jamás haya vivido el país en toda su historia.
Es aquí donde gobernadores, alcaldes y partido, deberían
jugar un papel fundamental, pero ya sabemos que eso no ocurrirá.
Ya casi nadie viaja ni siquiera al interior del país. No hay
cauchos, baterías, aceites ni gasolina, la luz se va todos los días, la gente
se acostumbró a pasar hasta un mes sin agua, están aprendiendo a cocinar con
leñas y la deserción escolar por falta de un par de zapatos para ir a la
escuela, comienza a masificarse.
Chávez fue un gran reivindicador de la crítica y la
autocrítica, la que practicaba él y muy pocos en el gobierno. Eso también
desapareció. Quizás lo más terrible de todo esto, es que decirlo es una
herejía. La primera acusación siempre será ser agente de la CIA.
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